Fotocomedor

Fotocomedor

lunes, 8 de septiembre de 2014

Los miserables

Leí un artículo, en una de esas revistas de relleno en los hoteles, a un periodista para mí absolutamente desconocido que se llama Javier Marrodán y me gustó la entrada porque citaba a Victor Hugo y su grandísima obra Los Miserables. En uno de los capítulos Victor Hugo decía que hay dos tipos de historiadores: están los que se ocupan sólo y exclusivamente de los sucesos y están los que se sumergen, los que descienden al fondo de la realidad.
Los primeros estarían en palabras del literato “en la superficie de la civilización”, o sea, cuentas y cuentos de monarquías, sus leyes de sucesión, sus descendientes, los grandes hombres de la política y sus dimes y diretes. Algo así como una síntesis de toda la prensa rosa y los mediáticos más amarillos  de nuestra época aliñados con los números macroeconómicos felices de nuestro gobierno además de los grandes titulares estratégicos de los más poderosos del mundo sobre la guerra o la economía.
Los segundos hablan y escriben sobre “el pueblo que trabaja, que padece, que espera y desespera, las mujeres oprimidas, los niños que agonizan, las terribles ferocidades oscuras, sórdidas, las evoluciones secretas de las almas, los estremecimientos indistintos de la multitud, los pobres que mueren de hambre, los desheredados, los huérfanos, los desgraciados, los infames”. Victor Hugo enfoca la injusticia y anima a luchar contra ella.

Hoy podemos señalar muchos frentes de la injusticia, de la miseria, de la guerra, de la desigualdad y lamentablemente parece pillarnos siempre más lejos de lo que realmente están, de lo que realmente son. Necesitamos esos historiadores como los propuestos por Victor Hugo: “Nadie puede ser un buen historiador de la vida patente, visible, alumbrada y pública de los pueblos, si no es al mismo tiempo, y en cierta magnitud, historiador de su vida profunda y oculta”.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Del pueblo

 Pienso siempre lo mismo ¿por qué cuando vuelvo del pueblo estoy como enredado en una maraña de nostalgias? Allí todo es un racimo de sensaciones: las paredes, las esquinas, las bodegas, los espacios hoy vacíos, las campanas….Ese  todo tiene significado, anclado en la niñez o en la juventud pero tiene fuerza para la representación.
Vecinos y vecinas con los que cruzas un obligado saludo, olvidados sus nombres, tienen sus rostros un espacio en la memoria y amplían el sentir de tus recuerdos. Ves a la familia y notas instintivamente que los quieres más, que los quieres más que la última vez que nos vimos, porque hemos tenido que abrir sin querer los brazos a algunas desgracias y crees sufrir la distancia que te separa durante el año como si fuera el castigo de un Dios indolente.
He salido algunas mañanas con mi nieta a cuestas a buscar el pan y a toparnos con una frescura vivificadora. Esa luz clamorosa y esa sombra protectora de un sol en alza, advirtiendo ya de lo que va a ser capaz de hacer el resto del día, es para defenderse. Y abuelo y nieta se defienden, como siempre, con un nudo de abrazo.
Pienso en las prudencias necesarias a las que nos obliga la enfermedad de mi chiquitina y esa luz, y esa sombra, y ese aire me dejan abandonarlas en el olvido. Ella, en mis brazos, balbuceante todo el camino, parecía contarme lo contento que yo estaba y lo contenta que ella iba. Me cruzaba la mirada, inclinada su cara frente a la mía, para hacer guiños, muecas, “torete” de ceño fruncido, y labios, y nariz, y monerías que regalan orgullo a su abuelo y desencadenan sonrisas complacidas.

Se para el tiempo. Os juro que se para el tiempo como si fuera una trinchera frente a futuros inciertos. Mas allá de nostalgias estoy seguro que ganaremos mil batallas si nos traemos el aire del pueblo.