Los sentidos nos engañan y el
espacio, el tiempo, la velocidad, la luz y todas esas cosas intocables son los
culpables.
Fijaros simplemente en la Tierra
que pisamos (la Tierra con mayúscula) y nada nos dice que se mueva. Los
sentidos nos dicen precisamente lo contrario, que no se mueve. Y es que hay
gente en la Historia que ha estado erre que erre con la mecánica celeste, con
el movimiento de los astros, con esa idea tan poética a mi gusto, de contemplar
el cielo y “ver” más que “mirar”.
Fueron los babilónicos unos
observadores geniales que lo apuntaban todo: el movimiento diario de lo que
parecía una cúpula girando, la esfera que tenía enganchadas las estrellas
fijas. También se fijaron en las otras estrellas que no eran fijas, que eran “errantes”
(los planetas), es decir apuntaron todo lo que le entraba por los sentidos y lo
hicieron meticulosamente. Los griegos, con todo su equipo de filósofos,
interpretaron, dos pueblos más allá, las observaciones y le añadieron mayor
complejidad y abstracción al asunto de todos esos movimientos. Esferas, círculos,
incluso cilindros y espacios “indefinidos” eran las herramientas que
destrozaban el sentido común, lo observable. A su manera por tanto aportaron un
concepto de orden, un cosmos que no se paró en la contemplación observadora. El
esquema básico de un Universo de las esferas ha durado muchos siglos, hasta el
siglo XVI, porque además explicaba bastante bien el movimiento observable. La
primera esfera, la Tierra, en el centro, estática. La segunda, las estrellas
fijas en un movimiento de rotación a nuestro alrededor. Claro que hubo que
explicar con más esferas los movimientos de las estrellas que no eran fijas
(los planetas) y el Sol y la Luna, pero el sistema básico de las dos esferas
era el cotidiano, el que explicaba el día y la noche, el verano y el invierno,
las cosechas, etc.etc.
Así que la Tierra no se mueve, está en el
centro y es el Sol el que sale cada día por el Este y se mete por el Oeste,
moviéndose por el fondo de las estrellas fijas. Esto es lo evidente. Esto está
claro.
El dibujo que aporto esquematiza
el movimiento del Sol desde que sale hasta que se pone en verano (los días son
más largos y la noche más corta, como puede verse) y en invierno (los días son
más cortos y las noches más largas). Cada día por tanto, el Sol sale en un
punto diferente del Este y se pone en un punto diferente del Oeste. Este
movimiento en la línea de nuestro horizonte marca el máximo en verano
(Solsticio de verano) y el mínimo en invierno (solsticio de invierno). Justo en
la mitad de ese recorrido nos quedan los equinoccios de primavera y otoño.
Hasta aquí lo aparente. Luego
vienen los de la
Revolución Científica (Copérnico, Galileo y demás
incordiantes) y nos desmontan la evidencia para hacernos entrar en el vértigo. Los
movimientos observados, no cambian, todo sigue igual, pero ahora la realidad es
otra: somos nosotros los que nos movemos, dando una vuelta sobre un eje
imaginario en 23 horas y 56 minutos y encima damos una vuelta alrededor del Sol
cada año en 365 dias, 5 horas y 57 minutos, a una velocidad de 105.000 Kilómetros
por hora.
Lo que os decía: un vértigo. ¿Alguien
ha pensado por un momento en éste vértigo histórico que significa este cambio?.
Así que ya veis los sentidos,
mirando al cielo es cuando más nos engañan. Nuestra razón y nuestras leyes dan
ahora cuenta de la realidad no evidente. Ya sabemos que tiene algunos límites
(la razón) pero será tema para otro día.