Os dejo este armonioso recorrido por
el sistema solar, hacia los planetas exteriores. La estética de la imagen y la
música me acerca a la idea de Kepler, que tras enunciar sus famosas leyes que
daban razón de las órbitas planetarias, intuyó unas relaciones matemáticas
entre las distancias que bien podían emular una sinfonía, o sea, bien podría
llamarse música celestial.
Hay una sensación constante de
geometría en las formas y volúmenes de esas masas insertadas en cristalinas
transparencias como los perdurables siete cielos aristotélicos. También Copérnico,
culpable del giro de nuestra visión del mundo, todavía pensaba en esas esferas
etéreas donde se encontraban empotrados los planetas.
Se me ocurre que esta sensación de
un todo universal lleno y atrapado en lo que los físicos actuales llaman red
del espacio-tiempo, no se aleja mucho de aquel antiguo concepto de Parménides
de Elea del Todo Es Uno, sin vacíos, que tanto para él como para otros grandes
filósofos, no existía.
Ahí tenemos ese casi impensable,
inabarcable, concepto del espacio –tiempo cuasi geométrico en su capacidad de
curvarlo todo. Toda presencia de masa, o su equivalente de energía según nos
demostró Einstein, curva esa red espacio temporal que nos aleja conceptualmente
de la Fuerza newtoniana, no sin un ápice de tristeza por la pérdida de tan
elegante teoría capaz de explicarlos con la gravedad, la mecánica celeste que
conocíamos hace cuatro días.
Todo ese constante movimiento del
universo bien podría estar acompañado en su aparente silencio por la melodía
que guía este vídeo. Verlo y oírlo a oscuras me ha regalado un poquito de ingravidez.