Fotocomedor

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domingo, 20 de agosto de 2017

Tarde

Vuelvo al pueblo y por donde quiera que pase tengo la sensación de llegar tarde. Tarde para ocupar de nuevo la casa donde nací; tarde para recuperar noches de estrellas testigos de amores juveniles; tarde para reencontrar amistades que se han despedido para siempre; tarde para recuperar las intensas fragancias de mi niñez; tarde para encontrar los perfiles nocturnos del secreto y el deseo; tarde para para encontrar mi reflejo en la fuente pequeña, plagada de asustadizos cangrejos; tarde para oír el resoplar de los caballos bebiendo aguas cristalinas y, por supuesto, tarde para olvidar algunas amarguras. Pasa ante mí, en esta calurosa tarde de agosto, ese río de Heráclito que ya nunca es el mismo.

Pero me reconforta levantar la cabeza y contemplar esos campos infinitos, esas ondulaciones que enseñan una Naturaleza amansada, obediente: la que nos da las cosechas. Siguen los girasoles su luz y veo cepas centenarias, generosas, que nos entregarán el vino que mimamos y ofrecemos con liturgia al fresco de las bodegas, verdaderos úteros entrañables de la madre tierra. Me reconfortan esos peinados surcos del arado que bajo una mirada a todo lo largo parecen incrustarse en el mismo cielo.

Piso tierra de leyendas, relatos, romances (“Amor mío si te vas no bebas agua del Duero…”) mitos, cuentos al borde de la cama que atizan los sentimientos entre el miedo y la alegría, pues acaban todos bien, restituyendo injusticias, salvando a niños y animales de la presencia del mal, del lobo.


Todo me rebela, casi sin darme cuenta, que no he aniquilado la memoria, que se alarga como estas sombras del atardecer para que nada quede en el olvido.

lunes, 24 de julio de 2017

Mirar al cielo

En las ciudades, el mundo tiene la mitad de su dimensión. Estamos acostumbrados a no contar con ese cielo con el que hemos mantenido grandes relaciones desde que somos una especie autoconsciente. Lo hemos admirado, lo hemos temido, de él ha surgido aquella mirada de los dioses que nosotros no podemos devolver.
La belleza y admiración por el cielo y en general de la Naturaleza puede que sea uno de los elementos comunes básicos a todas las civilizaciones.
Al cielo subimos a los que recordamos porque los hemos amado y sirve como consuelo a nuestra impotencia ante la muerte.Al menos para algunos, pero también han sido inspiración para el amor: no hay pareja que no se haya extasiado ante una Luna de verano o una puesta de Sol romántica.

Los movimientos de los cielos (y hablo en plural con intención) han supuesto una referencia de perfección, de inmutabilidad, atributos que obviamente sólo tienen los dioses. Expresiones como la del séptimo cielo son aristotélicas: eran siete esferas conocidas y la última, la de la perfección eterna, la del éter puro y  origen del primer motor. La Tierra ha sido el lugar del cambio, de lo mutable, de lo cambiante y efímero, el terreno de la corrupción (más en España), el lugar del hombre.

Esa observable perfección del movimiento, la inmutabilidad de las estrellas, sólo ha sido rota por la abstracción de la explicación científica, tan en contra muchas veces del más elemental sentido común: la Tierra, para nuestra percepción sensible, no se mueve; el Sol , para nuestra percepción sensible, se mueve y hace cada día el recorrido de Este a Oeste; las estrellas, para nuestra percepción sensible, no se mueven entre sí, si acaso parecen girar como enganchadas en una enorme cúpula o esfera que girara sobre su eje.

Todas las evidencias descritas de la mecánica celeste fueron pacientemente observadas por unos ojos atentos y una mirada sistemática allá por los inicios de nuestra civilización. Gracias a que esos ojos supieron “mirar”(anotando) y supieron “ver”(interpretando) dimos un enorme salto en la comprensión de lo que sólo hubiera quedado como un conjunto de hechos aislados entre sí. Los babilónicos, tremendos observadores y con una pasmosa precisión fueron los que anotaron una y otra vez aquellos acontecimientos celestes que les llegó a permitir predecir acontecimientos astronómicos de envergadura como los eclipses. Pero los babilónicos no estuvieron directamente interesados en las causas de aquellos movimientos aunque no se puede desmerecer su enorme aportación (las constelaciones, la división horaria, etc., etc.,),

Quien aportó modelos cosmológicos que dieron explicación global de los movimientos observados fueron los griegos. Los científicos griegos aportaron la profundidad de las explicaciones abstractas que debían dar cuenta de aquello que, aunque fuera “aparentemente”, ocurría en los cielos.
Estos modelos aportaron la concepción básica de las dos esferas, una la Tierra, otra la esfera de las estrellas. Con la visión conceptual de la esfera se da cuenta de muchas de las observaciones y predicciones. Con este modelo básico y teniendo en cuenta que la esfera de las estrellas gira cada 24 horas podemos hacer maravillas.

Invito al recorrido visual de estas noches de verano en las que aprenderemos a orientarnos, nos dejaremos llevar por las historias míticas de nuestras constelaciones y sentiremos el paso del tiempo local e histórico sin darnos cuenta.

sábado, 24 de junio de 2017

Telescopio de la AAS

El miércoles pasado, 21 de junio, me sentí (entendámonos) Galileo Galilei. Por este personaje siento veneración y recuerdo el momento de emoción que supuso estar ante su tumba, en la Santa Croce de Florencia. Me parece uno de los personajes que más han contribuido al desarrollo, no sólo científico (padre del concepto) sino por sus consecuencias para la física, la cosmología y la filosofía. Pues bien, digo que me sentí Galileo porque como él dirigí un telescopio al cielo para observar a Júpiter y sus satélites, los galileanos Calixto, Ganimedes, Europa  e Io, que cito desde el más lejano hasta el más cercano. Tienen un curioso movimiento: mientras Ganímedes da una vuelta a Júpiter, Europa da dos e Io da cuatro.

Este telescopio, de la Agrupación Astronómica de Sabadell, es uno un poco más grande y algo más preciso que el de Galileo (je,je, tiene 500 mm), pero su mirada seguro que fue mucho más sagaz y afinada que la mía. Galileo no podría haber visto, como yo, la sombra que proyectaba Io sobre el planeta, ni tampoco ver aparecer a Europa por detrás de Júpiter durante un minuto y medio y desaparecer tras la sombra del mismo planeta. Para mi ha sido una oportunidad fantástica pues casi nunca tengo oportunidad de poder contemplar estas curiosidades de la mecánica celeste. Aficionado como soy a la fotografía eché a faltar mi cámara para  poder inmortalizar las secuencias.Vi también a Saturno con tanta nitidez que busqué sin conseguirlo los rastros de alguno de sus satélites, al menos del más grande, Titán.

He echado mucho de menos no haber compartido el momento con mi cuñado,J.F., pues algunos ratos de éxito hemos tenido con su telescopio, un Celestron de 200mm de apertura. Quedará en mi retina la estupenda jornada astronómica de este 2017.



jueves, 26 de enero de 2017

Musica celestial

Os dejo este armonioso recorrido por el sistema solar, hacia los planetas exteriores. La estética de la imagen y la música me acerca a la idea de Kepler, que tras enunciar sus famosas leyes que daban razón de las órbitas planetarias, intuyó unas relaciones matemáticas entre las distancias que bien podían emular una sinfonía, o sea, bien podría llamarse música celestial.

Hay una sensación constante de geometría en las formas y volúmenes de esas masas insertadas en cristalinas transparencias como los perdurables siete cielos aristotélicos. También Copérnico, culpable del giro de nuestra visión del mundo, todavía pensaba en esas esferas etéreas donde se encontraban empotrados los planetas.

Se me ocurre que esta sensación de un todo universal lleno y atrapado en lo que los físicos actuales llaman red del espacio-tiempo, no se aleja mucho de aquel antiguo concepto de Parménides de Elea del Todo Es Uno, sin vacíos, que tanto para él como para otros grandes filósofos, no existía.

Ahí tenemos ese casi impensable, inabarcable, concepto del espacio –tiempo cuasi geométrico en su capacidad de curvarlo todo. Toda presencia de masa, o su equivalente de energía según nos demostró Einstein, curva esa red espacio temporal que nos aleja conceptualmente de la Fuerza newtoniana, no sin un ápice de tristeza por la pérdida de tan elegante teoría capaz de explicarlos con la gravedad, la mecánica celeste que conocíamos hace cuatro días.


Todo ese constante movimiento del universo bien podría estar acompañado en su aparente silencio por la melodía que guía este vídeo. Verlo y oírlo a oscuras me ha regalado un poquito de ingravidez.



EPOCH from Ash Thorp on Vimeo.

domingo, 28 de agosto de 2016

Filosofia inacabada

El título de la entrada es también el título de un libro de y sobre filosofía de una autora con la que coincidí haciendo la carrera: Marina Garcés. Ella apuntaba, con cierta evidencia, las condiciones para ser probablemente una filósofa. Yo no. Mi carácter diligente no dio para superar la mediocridad.

Marina parafrasea en los inicios de su libro a Alexandre Koyré (autor con un interesantísimo enfoque sobre la ciencia en Del Mundo cerrado al Universo infinito) y dice que hemos pasado del universo infinito a un planeta agotado. Esta idea de peligroso final expresa la preocupación de la que nadie puede desentenderse, de la que nadie puede dejar de pensar. Y si de pensar se trata y además hacerlo de forma comprometida, no es prudente dejar de lado a la filosofía que es capaz de pensar sobre las consecuencias de la autodestrucción que impulsa un ser, un sujeto, difícilmente descriptible y abarcable como es el hombre.

El tema es importante, ya lo creo, pero más nos sirve ahora para el papel que juega la filosofía en la reflexión de ese problema y tantos otros dado que la filosofía es ese instrumento inestable de reflexión, es ésa manía que tienen algunos pero que en el fondo nos afecta a todos. El debate sobre esta manía que representa la filosofía no es sobre su utilidad o inutilidad sino sobre su carácter estrictamente necesario.

No presentamos a la Filosofía como aquella lúcida reflexión de hombres contemplativos con la barriga saciada, sino  que la presentamos como una respuesta a un vacío existencial que todos compartimos: el de no poder colmar de sentido y orientación la existencia humana.

Buscamos como maniáticos una verdad que nos oriente la vida y acudimos a un saber que sea capaz de ofrecérnosla para un mejor vivir. El problema aparece en ese desajuste entre lo que “es” la vida y lo que “debe ser” la vida, entre lo que hay en la realidad y lo que deberíamos hacer para cambiarla, entre lo que sabemos y lo que intuimos saber sin llegar nunca a saberlo del todo. Estos desajustes, estas distancias son las que recorre a toda velocidad un pensamiento sin límites, infinito, en el cubículo de un ser finito, o sea, nosotros. Este veloz recorrido del pensamiento no se conforma fácilmente a no ser que encuentre algo parecido a lo que llamamos verdad. Esta inevitable tendencia nos sitúa ante la necesidad de la filosofía porque la pregunta, ya lo habíamos apuntado, no es si se puede hacer o no filosofía, sino si se puede dejar de hacerla, si es posible no hacer filosofía, esa forma de compromiso para tratar y entender el mundo (objetivo que algunas políticas parece que quieren evitar).

Sabemos que también la religión, o incluso el arte, pueden ser maneras de dar sentido a la existencia y vaya si se consigue cuando lo que se nos regala es la trascendencia desde este mundo de lágrimas a uno mejor y definitivo, pero lo específico de la filosofía, cuando enfoca esa pretensión de dar sentido a la existencia humana, es la capacidad que tiene para ir desde la singularidad de una voz, de un pensamiento, a encontrar el lugar de la razón común. En la religión, más allá de la singularización de una idea, de un pensamiento, de un escrito, hay siempre un último garante, una razón mucho más alta y extraña que la nuestra, es decir, la instancia divina.


La filosofía intenta universalizar su discurso, intenta un lugar común con cualquiera, con todos, ofreciéndolo y exponiéndolo generosamente. Es una labor siempre inacabada por nuestra condición de finitud. Aprender a vivir y a pensar siendo conscientes de esa condición es el reto. Entre las preguntas y las respuestas la filosofía nos ofrece las condiciones de posibilidad sobre esa ansiada búsqueda de sentido. Ese desafío es el que asume Marina Garcés y que comparte con nosotros en su libro: aprender a pensar y vivir la finitud humana desde la amenaza que supone un mal final si no espabilamos.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Boveda

Los campos de mi pueblo pueden confundir a los sentidos. Una aparente monotonía cromática te exige buscar los matices de la tierra arada, de los campos segados, de los ocres plenos de luz, de los cielos infinitos sin una sola nube. Estas tierras hablan al alma, te llenan de serenidad y te regalan el perfume seco y quieto de los días de verano. Queriendo o sin querer, estas tierras forjan un carácter, informan de sus gentes y aprecio cada día más esta diferencia, haciéndola mía.



sábado, 23 de julio de 2016

Un universo de la Nada

Todas las estructuras que podemos ver, como las estrellas y las galaxias, fueron creadas  por fluctuaciones cuánticas de la nada.
Aún sin creer en milagros, cuando observas los cielos, eres capaz de sentir, de ver, un cierto orden del universo y entonces puedes sacar dos conclusiones:
La primera, que han compartido multitud de científicos desde Galileo a Newton y hasta nuestros días, es que ese orden, esas leyes, han sido creadas por una inteligencia divina, responsable, no sólo de la armonía universal sino también de nosotros mismos, pues estamos hechos según las enseñanzas, a imagen y semejanza de Él.
La segunda es que no existen más que esas leyes, única y exclusivamente, leyes que hemos descubierto en la Naturaleza y que requieren que nuestro universo exista, se desarrolle y evolucione sólo y exclusivamente como consecuencia de esas leyes ( Einstein se preguntaba si Dios había podido elegir entre diversas leyes).
La explicación del pasado, presente y futuro del Universo no procederán de la esperanza, ni el deseo, ni la revelación, ni la creación del pensamiento puro: procederá de la exploración misma de la Naturaleza. Nos gustará o no, responderá a nuestras expectativas o no, pero esto es lo que hay y mejor es aceptarlo. El trabajo y la indagación misma sobre la Naturaleza es donde se adquiere el sentido, sin por qué y para qué, sólo y exclusivamente el cómo.
Es extraordinariamente significativo el hecho de que un universo de la nada, surge de una manera, no sólo natural, sino inevitable y que además es cada vez más coherente con todo lo que ya sabemos. La física y la cosmología asumen el reto de dar explicación suficiente de la afirmación  de que algo surgido de la nada, es un acto original de creación y la explicación científica resolverá esta cuestión de manera satisfactoria y sin lagunas lógicas.
Sin duda parece razonable imaginar que, a priori, la materia no puede surgir espontáneamente del espacio vacío, de forma que algo en este sentido, no puede surgir de la nada. Pero si tenemos en cuenta la dinámica de la gravedad y la mecánica cuántica, se halla que esta concepción del sentido común deja de ser verdadera. La existencia de energía en el espacio vacío, descubrimiento que ha sacudido nuestro universo cosmológico, refuerza un aspecto del mundo cuántico, de la gravedad cuántica, que será el fundamento que se dará cuenta de ese salto de la “nada” al “algo”.

Este libro desborda argumentos científicos para acercarnos a la comprensión de que es perfectamente posible un universo de la nada y respira por todos costados la convicción de que sin la ciencia, todo sería un milagro, pero con ella queda la posibilidad de que nada lo sea.