Es la primera vez que acudo a una
jornada completa de elecciones democráticas. He ido como apoderado de una
candidatura y me apetecía además la experiencia. En este caso, el día elegido
era las elecciones al Parlament de Catalunya del 2015, es decir, a priori, las
unas elecciones históricas dado el carácter plebiscitario que le han querido
dar las candidaturas que propugnaban la independencia de Catalunya. Adelanto
que consiguieron que fuera plebiscitaria la jornada.
No soy independentista. Creo que
lo que más ofende mi dignidad como ciudadano, como trabajador, es el ataque
neoliberal que arrasa mis derechos, en las relaciones laborales, en la sanidad,
en la educación, en la justicia, en la libertad ahora cercenada con leyes como
la ley mordaza,etc. Y sobre todo mi deseo de lucha contra la desigualdad,
porque es evidente que soy igual de mártir ante el poder (financiero, de
mercado,etc) que cualquier otro ciudadano del resto de España. En Catalunya,
además, quien ha estado al frente del poder autonómico ha sido un alumno fiel
de esas políticas, cuando no maestro en su aplicación. Estos de aquí como los
de más allá quieren convertir los derechos en privilegios y mi lucha
prioritaria es impedirlo. Añado la enorme corrupción hasta las trancas de los
que hoy se presentan entre los independentistas, cuando además no lo han sido nunca.
Pero bien, más allá de mi
posición política, quería quedarme con los matices de lo cercano, de lo
pequeño, en un día de votación, que por cierto lleva en sí mismo una
importancia capital de nuestras libertades, algo amenazadas últimamente por
estructuras supranacionales a las que nadie ha votado.
La crónica que sigue me la
imagino similar a todos los colegios electorales, sean de donde sean.
Empecé por recoger las
credenciales de apoderado un día antes en el local de la candidatura. Junto a
mis otros compañeros veo que todos somos mayorcitos: mal síntoma. Se han podido
cubrir todos los colegios? No. Mal síntoma. Nos recuerdan que sólo pueden votar
los nacionales, nada de extranjeros.
A las 8 de la mañana se abre el
colegio electoral. Nos recibe la funcionaria de la administración, que con
buena disposición y diligencia inicia los trámites. Las dos primeras mesas sin
problema de presidentes y vocales, la tercera: mal síntoma. No se presenta la
titular, no se presenta la suplente y le toca…..a la tercera, que ni por el
forro venía preparada para ser presidenta de nada. Firma de mala gana y deja
patente su rebote en el gesto, en la mirada, en los bufidos, maldiciendo a todos
los dioses. No acabó su mala suerte ahí. Le tocaron dos vocales elegidos por el
mismo Dios que le entregó la presidencia: un abuelo de ochenta años y un discapacitado
físico del 40%. El equipo no prometía. Menos mal que, para todos, que éramos
novatos, estaba la chica de Correos que sabía más que los ratones colorados en
lo del procedimiento, las actas,los sobres,etc. Se supone que todo el mundo se debía
haber leído las instrucciones pero……
Constitución de las mesas.
Empieza la votación a las 9 horas
y entró una avalancha del tamaño de un sunami. La gente mayor y la gente muy
mayor los primeros. Arranca la primera mesa con tres mujeres que iban como una
moto de GP. Arranca la segunda mesa que iban como una moto. Arranca la tercera
mesa que iba como un triciclo infantil. Y es que, desde fuera, esa persona que
busca en el mar del censo electoral y necesita mirar tres veces en DNI para
recordar el nombre completo, se hace interminable. Y es que, desde fuera, esa
persona que con muy buena voluntad escribe, con buena letra caligráfica de la
que hacía años que no utilizaba, nombres como (me lo invento)José-Miguel García
de Enterría y Martinez-Conde Vallejo, se hace sencillamente desesperante. Y en
el medio, la presidenta rebotada. Me miraba la pobre y con sus movimientos
oscilantes de cabeza seguro que se estaba repitiendo ¡qué he hecho yo para
merecer esto¡.Los límites personales cuentan pero la vocación de ser útil a la
comunidad también y el caso que refiero era así.
En la cola.
Desespero, calor de la
concentración humana en pasillos no calculados y en la sala de las mesas. El
tiempo pasa lento.
-Qué hacéis que esto no se mueve?.
-Encima que me tocáis los cojones
para votar, tengo que aguantar esto (una mujer)
-Esto lo arreglaba yo en dos
minutos ( le sobraba uno para arreglar el país entero).
-Aquí hay gente que se cuela.
-No, mire, es que votan en la
otra mesa y otras personas mayores necesitan sentarse.
-Eso dicen todos..!!
Pero la mayoría aplastante,
cargaditos de paciencia y comprensión cuando explicabas el detalle.
En las papeletas.
Cuidadito con los del partido
tal, que se aprovechan de los que no saben qué votar. Cuidadito con tapar algunas
papeletas con otras. Cuidadito con el cuidadito de cada apoderado de
candidatura….
-Oye ¿cuál es el partido del coletas?
-Oye ¿cuál es la del si?
-Oye ¿cuál es la del no?
En la urna
-He traído el carnet de mi marido
que está malo.
-He traído una autorización
firmada
-He traído la tarjeta del censo
¿ya vale no?- No, no vale, ha de ser el DNI.
–¡Joder con la burocracia! .
Delante de la urna de la
presidenta rebotada, un votante le dice (todo en catalán):
-Oiga, vengo a votar que sí.
-Bueno, pues cuando meta el
sobre.
-Pero es que quiero decir que sí.
-Bueno pues cuando meta el sobre
diga sí.
Mete el sobre y dice: ¡siii!, con
una mirada fija entre desafiante y perdida. Su mujer tercia y quiebra: - Vamos
Jaime. Lo has hecho muy bien. Vamos ya para casa que la comida está hecha.
Anécdotas para un volumen de
votantes del 77 % de 3000 personas censadas. No estaba mal. Gente y más gente,
sillas de ruedas, tacatás, muletas….nada impedía votar. Fotos votando, selfis
colectivos, individuales…había trascendencia.
Al cierre
Son las 8 de la tarde y este
apoderado, reventado de ir y venir todo el día. Empieza el baile de contar, los
sobres, las papeletas, los registros, que todo cuadre. No cuadra nada. Cielos!,
otra vez a contar…pero si sólo es uno. Da igual, a empezar otra vez. La culpa
la tuvo la lista más votada, claro. Ahora todo cuadra…aplausos espontáneos y
relajada ya hasta la presidenta rebotada.
Con el lumbago a punto para una
fiesta me dejo caer, con las actas de la sesión, en mi candidatura y me dan el estacazo:
11 diputados, unos pocos menos que los 25 aspirados. Mal síntoma. Regreso a
casa a pie, sin transporte. Rematando. Está claro que los plebiscitos necesitan estrategias simples, sin matices y nosotros no lo hemos hecho.
Sentado a las tantas en mi casa,
sin mover un pie, recupero una saludable sensación de sacrificio por la
democracia: vale la pena hacerlo cada vez que sea necesario.