En la marquesina de una calle de mi barrio, la Vía Julia, se
instala hoy un restaurante atípico. Los propietarios son todas y cada una de
las personas que participan en el que empieza a ser clásico Festival de Sopas del Mundo. Su objetivo no es ganar dinero
sino propiciar el encuentro y la convivencia
alrededor de los fogones y las viandas. Desde esta marquesina se
defienden los proyectos cooperativos con productos de proximidad y se prioriza
la calidad nutricional de su carta mientras se cuidan los vínculos afectivos
que se generan en torno a la comida de este improvisado restaurante. Es un
proyecto donde la riqueza sólo es entendida dirigida al bien común.
De un tiempo a esta parte, no obstante, la franquicia de
restaurantes “Castafiore” es la causa de sus principales problemas. Dicen los
sabios del pueblo que esta poderosa franquicia organiza comidas exclusivas para
mantener barrigas selectas contentas: capos de la banca, chefs de administraciones
recortadoras de derechos y otras “honorables” amistades.
Para mantener los privilegios y seguir haciendo crecer su
negocio, los “Castafiore” ponen sus intereses particulares por delante de los
intereses de la mayoría:
-Hacen sopas de sobre a niveles industriales a base de
sustancias adictivas, conservantes, colorantes y potenciadores del sabor con
los que pretenden disfrazar su producto de mala calidad que además provoca en
sus adeptos aislamiento y debilidad.
-Fruto de los pactos urdidos con los poderosos, se apropian
de las riquezas producidas por la comunidad, que debieran revertir en
satisfacer las necesidades básicas de la gente. Estos oscuros negocios han
provocado la precarización de las condiciones de vida de las personas, la
pérdida de su trabajo o de su casa y el aumento de la pobreza y la desigualdad.
Ante este panorama, la marquesina de mi barrio no pierde el
coraje y sigue haciendo de la necesidad virtud, sin renunciar a la denuncia de
los privilegios de los “Castafiore”. La marquesina continuará abriendo sus
cocinas, creando y ofreciendo lo mejor de lo que tiene para seguir
transformando la realidad.
Hoy, un reconocido chef ha decidido poner al servicio de
este proyecto su experiencia y transforma la marquesina en el mejor restaurante
de mi barrio, de la ciudad y del mundo mundial porque “la vida sin sopas no
tiene sentido y desde luego sin justicia menos”.
(Texto extraído y ligeramente modificado del pasquín de los organizadores)