Villa Romana de La Olmeda |
El año pasado tuvimos la suerte de que nuestros primos nos llevaran a esta villa romana en Palencia. Me ha parecido un lujo añadir como comentario a mis fotografías las palabras de uno de los escritores que más admiro: Antonio Muñoz Molina. Por tanto, los comentarios, son de este artículo de El País, que recomiendo leer entero, naturalmente.
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La fealdad es siempre invasora:
quizás lo propio de la belleza es presentarse con una cierta discreción,
resaltar con naturalidad y hasta algo de cortesía en vez de imponerse
tiránicamente o caprichosamente sobre lo que la rodea. En un paisaje de
horizonte limpio que ya va teniendo los verdes fértiles del Norte se ve, alzado
apenas en un montículo, sobre la tierra de labor y contra un fondo de chopos,
el edificio que Ignacio Pedrosa y
Ángela García de Paredes idearon para cubrir las ruinas de la villa romana de
La Olmeda.
Sobre muros claros de hormigón
una alta celosía rodea y revela a medias una nave que vista desde el interior
tendrá algo de la estructura flotante de un hangar de zeppelines.
Ese pasado remoto se muestra con
la probidad meticulosa de la arqueología, que prefiere no rellenar con invenciones
los espacios en blanco, dejar constancia, junto a cada hallazgo tangible, de la
amplitud de todo lo que no se sabe.
En el interior de su edificio
límpido de principios del sigloXXI, la villa del siglo IV parece preservada
como dentro de un cofre, emergiendo de la tierra y a la vez suspendida en el
tiempo en una jaula translúcida. Lo más antiguo y lo más nuevo coexisten sin
confusión en una doble temporalidad simultánea.
Al llegar a él y luego al alejarse
del edificio, desde las ventanillas del coche, se alza en el horizonte y al
mismo tiempo se agrega a la línea que forman, en planos sucesivos, la tierra
desnuda, los chopos, la serranía lejana. Si es tan factible y hasta tan
evidente la belleza, tan simple, tan útil, uno se pregunta por qué tiende a ser
más común la fealdad.