En las ciudades, el mundo tiene la mitad de su
dimensión. Estamos acostumbrados a no contar con ese cielo con el que hemos
mantenido grandes relaciones desde que somos una especie autoconsciente. Lo
hemos admirado, lo hemos temido, de él ha surgido aquella mirada de los dioses
que nosotros no podemos devolver.
La belleza y admiración por el cielo y en general de
la Naturaleza puede que sea uno de los elementos comunes básicos a todas las
civilizaciones.
Al cielo subimos a los que recordamos porque los hemos
amado y sirve como consuelo a nuestra impotencia ante la muerte.Al menos para
algunos, pero también han sido inspiración para el amor: no hay pareja que no
se haya extasiado ante una Luna de verano o una puesta de Sol romántica.
Los movimientos de los cielos (y hablo en plural con
intención) han supuesto una referencia de perfección, de inmutabilidad,
atributos que obviamente sólo tienen los dioses. Expresiones como la del séptimo cielo son aristotélicas: eran
siete esferas conocidas y la última, la de la perfección eterna, la del éter
puro y origen del primer motor. La
Tierra ha sido el lugar del cambio, de lo mutable, de lo cambiante y efímero,
el terreno de la corrupción (más en España), el lugar del hombre.
Esa observable perfección del movimiento, la
inmutabilidad de las estrellas, sólo ha sido rota por la abstracción de la
explicación científica, tan en contra muchas veces del más elemental sentido
común: la Tierra, para nuestra percepción sensible, no se mueve; el Sol , para
nuestra percepción sensible, se mueve y hace cada día el recorrido de Este a
Oeste; las estrellas, para nuestra percepción sensible, no se mueven entre sí,
si acaso parecen girar como enganchadas en una enorme cúpula o esfera que
girara sobre su eje.
Todas las evidencias descritas de la mecánica celeste
fueron pacientemente observadas por unos ojos atentos y una mirada sistemática
allá por los inicios de nuestra civilización. Gracias a que esos ojos supieron
“mirar”(anotando) y supieron “ver”(interpretando) dimos un enorme salto en la comprensión
de lo que sólo hubiera quedado como un conjunto de hechos aislados entre sí.
Los babilónicos, tremendos observadores y con una pasmosa precisión fueron los
que anotaron una y otra vez aquellos acontecimientos celestes que les llegó a
permitir predecir acontecimientos astronómicos de envergadura como los
eclipses. Pero los babilónicos no estuvieron directamente interesados en las
causas de aquellos movimientos aunque no se puede desmerecer su enorme
aportación (las constelaciones, la división horaria, etc., etc.,),
Quien aportó
modelos cosmológicos que dieron explicación global de los movimientos
observados fueron los griegos. Los científicos griegos aportaron la profundidad
de las explicaciones abstractas que debían dar cuenta de aquello que, aunque
fuera “aparentemente”, ocurría en los cielos.
Estos modelos aportaron la concepción básica de las
dos esferas, una la Tierra, otra la esfera de las estrellas. Con la visión
conceptual de la esfera se da cuenta de muchas de las observaciones y
predicciones. Con este modelo básico y teniendo en cuenta que la esfera de las
estrellas gira cada 24 horas podemos hacer maravillas.
Invito al recorrido visual de estas noches de verano en las que aprenderemos a orientarnos, nos dejaremos llevar por las historias míticas de nuestras constelaciones y sentiremos el paso del tiempo local e histórico sin darnos cuenta.