Programamos con ilusión una
salidita juntos. Contratiempos inesperados nos hicieron posponer el momento.
Pasados 15 días las nubes de preocupación se disolvieron y el anhelo de viaje
volvió intacto. El resultado, casi obvio es decirlo, fue sufrir un ataque de
felicidad y es que a esta edad, como te cuides un poco, pueden ocurrir estas
cosas. Los síntomas son perfectamente identificables y puedes acabar, si no vas
con precaución, tirándote a la bebida. También a la comida, con postre, ese
añadido que supera la necesidad. De hecho estás como si en cada momento
tuvieras que celebrar algo.
El cielo, de día y de noche, ha
sido nuestra única frontera visible. La tierra nos ha regalado color y olor de
azahar entre miles de naranjos. Desbordados los sentidos el ataque de felicidad
puede convertirse en peligroso y conviene atajar cuanto antes los síntomas. Hay
que cortar por lo sano, no hay más remedio, y a los 4 días se vuelve uno para
casa.
Que se queden de guardianes los
que lo han sido siempre: los olivos, esos milenarios de La Moleta del Remei que
con su presencia han sabido defender el
paso de culturas ancestrales sedimentadas en los recovecos de su tronco, en la sinuosidad de su figura, en las
mil entregas de su fruto y en las firmes profundidades de sus raíces.
Ha sido un placer.