Hemos venido del pueblo. Dejamos
atrás la mirada emocionada de la familia querida, la raya de lágrima sujeta en
el párpado tratando de frenarla por el
consuelo y convencimiento del regreso, aunque siempre inseguro porque el futuro
no es sólo nuestro. Dejamos atrás campos de oro tras la siega, llanos infinitos
de aire y cielo, girasoles embobados, bocanadas de fuego de verano aliñadas de
mil olores del campo y vistas pequeñas pero consistentes de referencias verdes.
Dejamos que la nostalgia nos mantenga en silencio el tiempo suficiente para consolidar la sensación del
viaje de retorno.
Han sido días de feliz
tranquilidad, descanso administrado con generosidad, dejándose llevar por el
tiempo solar o sencillamente el tiempo, sin medidas, sin citas. Visitas esporádicas
a Toro, Zamora y Salamanca, monumentales, preciosas, gastronómicas,
imprescindibles. Olimpiadas y resto de eventos mundiales, a retazos, más
encontrados que buscados. Para ser muchos nos llevamos la sensación de no haber
estado invadidos y de que el espacio ha dado suficiente para la risa colectiva
y para la intimidad de una lectura. La
infraestructura, el cuidado diario, ha salido fundamentalmente de unas manos generosas,
con orgullo de entrega, con dedicación impagable. Como se dice en mi pueblo cuando
algo rebosa la medida: con cogüelmo.
He salido con mi nieto a esas
mañanas frescas de Castilla donde todavía la vida no bulle, donde los reflejos
claros de luz te dan el ímpetu de todo lo que comienza. Entre el lenguaje de trapo de él y la atención
tierna y ensimismada del abuelo, hemos convertido esos ratos en experiencia
vital para mí y, tal vez, para él. Uníamos las pocas ganas de andar de sus 2
años y medio, a mis ganas de tenerlo físicamente más cerca del corazón:“ ¡Abelo,
a coll! (¡Abuelo, a hombros!)”. Y enzarzado en mi cuello, salvado de todo
peligro de coches y perros, andábamos rastrojos hasta ver los caballos, oír las
campanas, atender las intermitencias de tórtolas y gallos, citar a las
vaquillas como si fueran bravas, interrumpir la labor de las hormigas en los
regueros a pie de camino. Pero no le he podido enseñar la cigüeña. Hemos
señalado el nido por encima de la espadaña de la iglesia, en una posición de
caída inminente pero ¿dónde está la cigüeña? Desde hace años hemos viajado al pueblo intermitentemente pero tenía la
convicción de que la que nunca faltaba era ella. Así que tenía algo de mal
augurio, como si la crisis la hubiera empujado ya a la emigración. No
hemos sabido el motivo de la ausencia, tan temprana, y ya se sabe que el pueblo sin cigüeña
está como incompleto y las fotos de ogaño vacías.
Hemos completado la tierra con la
mirada a un buen cielo. Las noches se cargan de luz tintineante y las
constelaciones más conocidas, más difíciles de localizar por la enorme carga de
estrellas. Tantas estrellas ofrecidas por el romanticismo, tantas ofrecidas
como símbolo permanente de a quien has querido toda tu vida y al mirarlas te
hace sentir seguro, pues las miras, y te das cuenta que lo haces con los mismos
ojos emocionados. Tantas estrellas testigos inertes de lo bueno y de lo malo. Y
ha sido un espectáculo la precisión horaria del paso de la Estación Espacial
Internacional (ISS): lunes, 4 de agosto, a las 11:17 PM a 76º
en el cielo durante 4 minutos. El ambiente expectante, incrédulo a momentos, era
inigualable. Toda la familia para ver no se sabía qué exactamente, pero fue un
regalazo. No tuvimos suerte con Las Perseidas pues sólo vimos una claramente en
un cielo demasiado emborronado por una neblina que sólo nos permitía ver algo
en nuestro zenit.
Hemos completado la tierra no
sólo con el cielo sino con más tierra, debajo de ella: las bodegas. En las
bodegas te transformas, como si fueras otro, porque el abrazo de la tierra y el
abrazo generoso del vino convierte cualquier situación en única, por graciosa,
por alucinante, por mentirosa, por inventada, por ridícula, por trascendente,
por tradicional, por cante, por baile,…..Sin la bodega, el carácter del pueblo
se desdibuja, se diluye. La bodega da el perfil, junto a las peñas de grandes,
de chicos, de jóvenes fundamentalmente, que con ella se permiten romper los
límites habituales de lo cotidiano.
Es la fiesta y así la hemos
vivido, con sus rituales de toros, bodega, música, baile regional y pura
artesanía (de la prima Isabel), exhibición de pasarela en la iglesia el día de
la Virgen de las Nieves y los horarios destrozados para vivirla intensa y
diferente.
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