Jo, qué bueno! Buscando el
secreto de la felicidad no me estaba dando cuenta que la tenía al lado, que
estaba conmigo.
Estaba y está en la sencillez de
querer a una compañera a rabiar; en la sencillez de aceptar con un poquito de
conmiseración los ditirambos y sucumbes de tus hijos; está en la alegría
desmesurada de un encuentro con los nietos, esa espectacular recepción de un temprano y titubeante deambular que termina su recorrido en tus brazos, en la risa desatada
de los juegos del absurdo, en un beso inesperado; está en la alegría del sexo
con la madurez exigida de los años que tienes; está en la generosidad y la
entrega de compartir la amistad en alma y a veces en cuerpo aunque los achaques
te lo limiten, depende claro está de lo que pida la ocasión.
No hace falta complicar la
búsqueda a partir de las huecas consignas ni las divinas palabras de santeros al
uso, de mil religiones o mil iluminados que opinan de la grandeza y la miseria
del alma. No, todo es más sencillo, todo es más cotidiano y más cercano, todo
es más instintivo, más intuitivo, más íntimo y más propio. Se trata, tal vez, y
sólo tal vez, de elegir un camino que quieres y puedes recorrer. Seguro que en
él se te enreda, sin pensarlo siquiera, una felicidad que sólo podrás ver en
tiempo pasado pues la felicidad, creo yo, poco entiende de promesas: hasta aquí
puedo decir lo que he sentido y siento, a partir de aquí sigue siendo siempre
un reto. Tal vez, y sólo tal vez, se trata de no eludirlo.
Por supuesto esto no es una
consigna.
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