Se está dando en el llamado
proceso catalán una condición necesaria para seguir y ensanchar su alcance: la
ilusión.
Todas las movidas, enormes
movidas colectivas de nuestro pueblo, han contado con ese elemento esencial, la
ilusión. Y no es de extrañar que así ocurra cuando nuestro día a día está
cargado de tintes grises, descorazonadores, por el avance de la injusticia, la
desigualdad, el desamparo, el cinismo informativo, etc., que tienen sus causas
objetivas en el paro, la corrupción, el despotismo del poder, etc. etc. Pero la
ilusión no sé muy bien por quién y hacia dónde está dirigida para superar los
males sociales que nos rodean. Porque en todo este movimiento, o proceso, lo
que veo son dos componentes. Una reivindicación histórica, larga en el tiempo,
sobre la identidad de un pueblo, de una nación, es decir los rasgos que la
definen y que giran en torno a su cultura, su idioma, y otro componente que es
el de la búsqueda del bienestar que gira en torno a un buen nivel de justicia,
igualdad, educación, sanidad… Se trata de discernir cuál de ese movimiento es
el motor más significativo o si son los dos a la vez.
Para un no independentista la
identidad es un hecho innegable, absolutamente transversal, que sólo cabe
respetar sin fisuras. Así, no encontraría yo ningún elemento jurídico, ni
político para impedir el derecho a decidir en referéndum sobre este asunto.
Obtenidos los resultados, ya veríamos cómo seguir manteniendo la convivencia
que bajo ninguna justificación debería romperse pues sería el resultado de una
decisión tomada en libertad.
Para un no independentista la
búsqueda del bienestar, el segundo componente citado, ya no está tan clara en
ese movimiento y creo sinceramente que en este terreno la ilusión es
manipulable porque la demagogia puede dispararse hasta límites de disparate.
Estos dos componentes los
apuntaba Borja de Riquer cuando establecía
dos maneras de representar el proyecto de una nación: como esencialista
o como proyecto político.
En la izquierda tradicional
catalana veo una mezcla algo tensa de los componentes de la ilusión porque
implica alguna confusión sobre la prioridad que debe tener la identidad o el
proyecto político. No veo nada claro que la legítima reivindicación de la
identidad lleve aparejado un proyecto político que nos saque de los múltiples
males que padecemos hoy y que intuimos ampliados para mañana. La contradicción
de hacer viaje o proceso con parte de los responsables de nuestro estado de
malestar no me llega al cerebro porque no me pasa por el estómago.
Reconozco lo difícil que es en
estos momentos no dejarse llevar por la ilusión y su inevitable carga de
demagogia y simplicidad de argumentos que utiliza el independentismo, como de
la misma manera veo difícil no dejarse llevar por la ilusión de cambiar las
cosas que hoy representa el nuevo partido político Podemos, con un discurso
inevitablemente demagógico y simple. Ambos están arrastrados por la ilusión.
Así que hecho a faltar esos argumentos que pasándome por el estómago, es decir,
por las propuestas que tocan el día a día, lo concreto, me lleguen al cerebro, es
decir, a la razón que será la que me justificará la decisión (que ahora mismo
se me presenta impredecible) con pretensión de responsabilidad sobre mi futuro
y el de todos.
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