Me senté en un asiento exterior de
los cuatro que forman el compartimento del metro. En frente, a mi izquierda un
joven bien parecido, con mirada algo perdida, que hablaba sólo y, en principio, lo atribuí a
las conversaciones de los móviles con pinganillo, pero no, era un móvil de
formato grande. Un poco por encima, entrecortadamente, identifiqué las
balbuceos que salían del aparato. Mirando al joven disimuladamente, veo que está
siguiendo con sus labios, por lo bajini, aquello que oye y seguramente ve, en la pantalla. Pero cada
vez iba levantando más la voz hasta el punto que su discurso se adelantaba a la
representación que parecía estar viendo, es decir, se lo sabía de memoria. Era
claramente, a estas alturas de afinar el oído, una escena melodramática, así
que el joven, cada vez más metido en su papel, cada vez más encendido por la réplica
del otro personaje en la representación, cada vez más cabreado, maldecía,
insultaba, se desencajaba medio revolviéndose en su asiento. Todo a su manera y
en un tono que empezaba a atraer las miradas del vagón. Pero todos esos gritos,
toda su interpretación que empezaba a salirse de madre, no consiguieron
perturbar ni un ápice al pasajero que iba a su lado. Hacía que dormía y no movió
un solo músculo, se quedó como una momia en todo ese tiempo en el que uno
empezaba a sentir vergüenza ajena. No se movió ni para respirar, no giró la
cabeza, no apartó las piernas, no necesitó hacer miradas esquivas, nada. Nada
de nada.
Frente al extravagante e
improvisado actor ( que a estas alturas yo ya pensaba que estaba en ataque
esquizofrénico), y junto a mi, estaba sentada una señora con la bolsa de la
compra en el suelo, entre las piernas. Los dos estábamos claramente tensos, sin
saber si irnos o quedarnos, pero en una salida inesperada, la señora echa mano de la bolsa de la compra y saca una
de cacahuetes salados y le suelta al
actor, que ya estaba en pleno éxtasis y en el umbral del escándalo público:
-¿Qui….quieres unos pocos?”.
Le soltó reverencialmente un :
- “ ¡Nooooooo!... ¡ No, no, no! .
Gracias, mil gracias. Pero no”. Se calló dejando una mirada perturbada,
encendida.
Al poco de haber devuelto los
cacahuetes a la bolsa, la señora se levantó, supongo que debía bajarse, y al
rozar mis piernas y abalanzarse ligeramente sobre mí, me dice en un ligero
siseo: “Algo tenía que hacer ¿no?”. Hice un gesto de asentimiento sin mediar
palabra mientras pensaba: “Sí bueno, pero unos cacahuetes….”. Pa vernos matao.
Os juro que es verdad.
Y si le ofrece un pata negra regado con un caldo de la ribera del duero y el interfecto reverencialmente le contesta con un ¡SIIIIIII!...
ResponderEliminarSería por lo de que el hombre desciende del mono!
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