Tengo insomnio. Los ojos como
platos escudriñando luces y sombras que adquieren formas abstractas o reales al
dictado de la imaginación.
Y no falta nunca el que en un intento inútil de aliviar el
desvelo, se me ocurra mirar hacia atrás, hacia el pasado. La sensación de estar
cruzando fronteras y asumir exilios empieza a pesar mucho.
Cuantas cosas hechas y cuantas
que no hice. Cuantos hechos y deshechos, como diría Benedetti, se amontonan
desordenadamente en la
memoria. Cuantas frustraciones, cuántas alegrías, cuántas lágrimas.
Cuantas nostalgias, sobre todo esas que son más fuertes que el mismísimo deseo.
Cuanto aire de olvido. Se borran perfiles que van desapareciendo como hace el borrador
sobre la pizarra y queda ese aspecto neblinoso de lo tratado.
De todo esto que desfila ¿qué me
queda? ¿en qué me reconozco? ¿qué he aprendido?. Algo queda seguramente,
incluso sin querer, pero no he conseguido apagar ese fuego de dolor que prende
en el alma y te deja marcas imborrables para toda la vida. No es queja, es
resignado suspiro. Pasado y presente juegan en este desvelo pero no juega la
oscuridad del futuro, no me dejaré abrazar por probables destinos y sus tiranías.
Ya me duermo.
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