Fotocomedor

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miércoles, 12 de marzo de 2014

Viajes otros

Se pregunta Muñoz Molina en su blog: ¿Hay alguna historia que no cuente un viaje, o que no lo incluya? Y es cierto, el viaje es el relato y por tanto es el recuerdo y la recreación. Me ha hecho recordar algunos memorables. Yo no tengo muchos viajes que hayan tenido el relieve suficiente para provocar un cambio fundamental en la manera de ver la vida, por ejemplo, o que hayan influido en un cambio fundamental de mi carácter. He tenido pequeñas sumas de impresiones, de sensaciones, de convivencias, que te ensanchan la mirada para las costumbres, para saber de ti, para saber de los demás, para la cultura. De esas impresiones alguna he ido reflejando en notas o relatos, como éste de hace ya algún tiempo sobre una visita entrañable a un pueblo de Cataluña que se llama Olérdola, a quien hablo. Todavía me acuerdo de aquella tarde.

Un contorno de luz rodea tu figura. El sol de final de invierno le pone no obstante a tu imagen una cálida despedida, alejándote, con las primeras sombras del atardecer, de nosotros y del día. De nuevo la noche será tu refugio.

Te descubrí de casualidad, sin quererlo. Los caminos de nuestra Cataluña revelan siempre nuevos encuentros, o tal vez es nuestra mirada la que descubre y es entonces cuando nos sorprendemos. Ver y mirar no ha sido lo mismo esta tarde.

 En ti he visto, en ese sentido de ver que nos acerca más al conocimiento, el arte rudimentario de tus casas, tus utensilios, la representación de tus dioses y tus mitos. Por ese sentido de ver  descubro la hermosísima faceta humana de crear belleza; he sentido emociones, algunas confusas, otras clarísimas cuando la simple disposición de tus aljibes nos habla de tu inteligencia; he visto tus arterias de agua ganando espacio en las entrañas de la dura roca, arterias de vida que han recogido el llanto de mil lluvias para guardarla como tesoro de supervivencia, porque en ese montículo alzado en el valle por la naturaleza, debías sentirte segura. Segura y vigilante, precavida.

Por ese sentido de ver , en esos huecos donde has enterrado trocitos de tu alma, siempre diferente, siempre la misma, me has acercado a esa sensación universal de nuestra pequeñez ante la muerte.

El arte desparramado por tus calles que hoy es materia de sueños y de recuerdos, ha sido ofrecido a Dios, pero ha satisfecho  mucho más al hombre como si en ello hubiera una conciencia de herencia, de historia. Tu alma, tus habitantes, han conseguido con su arte dar ese algo  más  a la existencia que nos dignifica.

¿Y tu muralla? Ahora íbera, ahora romana, ahora medieval, seguro que ha recibido mil primaveras que han hecho crecer a tus pies hierbas y amapolas para vestirte de fiesta. Esa muralla ha sido testigo de los secretos de amantes y de guerreros, los más intensos.

Se hace fácil contar, describir, mencionar, pero difícil expresar,  lo vivido en la mayor parte de los rincones de nuestra historia. Ciudades muertas con toda la simbología y las huellas de lo que han vivido. 

La penumbra de oro de esta tarde de invierno será la única luz que nos acompañará hasta que desaparezcas definitivamente en la sombra.



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