A través de El País leo un reportaje sobre el documental “Master
of Univers” que protagoniza un financiero alemán llamado Rainer Voss.
Es sencillamente espeluznante
volver a ver lo que de hecho ya sabemos sobradamente: la crisis financiera tiene
nombre y apellidos de protagonistas, ya sean particulares, institucionales o
empresariales.
A Rainer Voss le sigue gustando
el dinero pero le revienta, después de 20 años trabajando en ello, que el
sistema se haya pervertido. Cuenta que su primer día de trabajo como trader ganó más dinero que su padre
ingeniero en toda su vida. Este trabajador de las altas finanzas, este operario de los mecanismos destructivos del dinero como dice Muñoz Molina, situado a
pesar de todo en un tercer nivel de decisión financiera, es explícito: “Creamos
innovaciones financieras, logramos que la economía real se subordinara a la
financiera y sobre todo se desregularizó el mercado. No te engañes: no existe
el mercado libre”.
Desde las grandes corporaciones
empresariales, bancarias, institucionales, etc., se especulaba y se especula con
cotizaciones que pueden cambiar en segundos y que quien maneja la información
antes y mejor (con la ayuda de tecnologías y mediadores bien pagados) son los
que ganan. Los inversores privados asisten a una fiesta como bobos: no saben
que, en conjunto, siempre pierden. Puede verse el documental Inside job que ilustra bien el tema.
Algunas perlas: “El dinero es
como el amor: nunca tienes suficiente”. No se puede pinchar el globo financiero y
hacerlo reventar como sería deseable porque las consecuencias son catastróficas
pero ineludiblemente “debemos ir sacándole el aire aunque sea poco a poco”.
Lástima que mientras tanto, un montón de países pide ayuda urgentemente.
El sistema en definitiva ha
olvidado la moral (¿la tuvo algún día?). Explica Rainer Voss que en el sistema
la gente se convierte en culpable sin ser culpable porque actúan según las
propias reglas del sistema. Esto sigue siendo el dilema moral de siempre: la
moral te sube los colores y el cerebro es incapaz de reaccionar. Las escusas de
los culpables suelen ser las mismas: obedecen reglas u órdenes sin reflexión
ninguna a pesar de la desgracia social que implican sus actuaciones. La
banalidad del mal, diría Arendt.
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