No pocas veces
se encuentra uno enfrentado en un espontáneo coloquio a la pregunta de qué es
el amor, pregunta socrática donde las haya que cuenta con la dificultad para definir fiablemente, objetivamente, este término eterno. Fuera más fácil
descubrirlo por la vía del sentir y así acaba generalmente la búsqueda de la
definición por una entrega jubilosa a definir qué es hacer el amor.
En estas cosas
estaba cuando al poco tiempo descubro un texto de Foucault que arranca con las
utopías, aquellos lugares inaccesibles en los que el cuerpo se borra,
seguramente por su perfección, deseo ilimitado, y desembocando en la
conciencia de sus contornos, su densidad, su presencia, su humanidad.
Cercando una posible definición, según el filósofo, “valdría decir que
hacer el amor implica sentir que el cuerpo propio se cierra sobre sí mismo, que
por fin se existe fuera de toda utopía con toda la densidad de uno entre las
manos del otro: bajo los dedos del otro que te recorren, tu cuerpo adquiere una
existencia; contra los labios del otro tus labios devienen sensibles; delante
de sus ojos entrecerrados nuestro rostro adquiere una certidumbre y hay, por
fin, una mirada para ver tus pupilas cerradas. Al igual que el espejo y que la
muerte, el amor también apacigua la utopía de tu cuerpo, la acalla, la calma,
la encierra en algo así como una caja que después sella y clausura; es por eso
que el amor es tan cercano pariente de la ilusión del espejo y de la amenaza de
la muerte. Y, si a pesar de esas dos peligrosas figuras, nos gusta tanto hacer
el amor, es porque cuando se hace el amor el cuerpo está aquí”.*
Humano, muy
humano.
*( Michel Foucault, “Topologías”, Fractal nº 48, enero-marzo, 2008, año XII, volumen XIII, pp. 39-62.
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