Me
acerqué a la Semana Santa
cerca de mi pueblo, en Zamora, como siempre, es decir, con mirada antropológica, sin
devoción, ya que, como le cuento a mis amigos, soy ateo radical. Añado el
adjetivo radical porque los tiempos que vivimos están bastante inflados de
fundamentalismos, así que no me queda más remedio que añadir el adjetivo
radical como reafirmación ante el fracaso de inteligencia que siempre me han
parecido los fundamentalismos de cualquier religión, añadiendo, cómo no, los
fundamentalismos históricos expresados en los totalitarismos, contra los que
soy obviamente también radical.
Yo
me siento libre cuando pienso que todo lo observable parte de causas que no podemos
explicar y que producen efectos inexplicables e inabarcables, como el mismo
hombre. Ante esa ansiedad por preguntar reaccionamos y gran parte de la ciencia
se vuelca en intentar dar respuestas, siempre humanas, claro, tan humanas como
las artificiosas construcciones de los orígenes del mundo por seres omnipotentes. Pero ansiedades, temores,
angustias, búsquedas de sentido, sentimientos, mueren indefectiblemente bajo la
cortísima edad que tenemos asignada en comparación al universo.
Nada
impide sin embargo, que este mono con suerte que parece ser el hombre, pueda
conocer la diferencia entre el bien y el mal; pueda crear mediante la
imaginación y el arte; pueda ser crítico e indagador, en su entorno social o en
su entorno físico. Somos poca cosa y además bastante débil, pero nos ayuda la
capacidad de conocer y saber. No, no, claramente no necesito a Dios para asumir
lo que soy, lo que somos.
Este
ateo no obstante se ha recorrido ya gran parte del arte religioso, románico, gótico,
etc., de este país, siempre con mirada cultural, que de eso se trata. Así me acerqué,
en Zamora, a la procesión de La Soledad, en la que participaban 3000 mujeres
rigurosamente vestidas de negro, incluida una capucha que no les tapaba la cara. A los hombres, limitados
a tocar la música y el ritmo de tambores, de negro total, sí les tapaba la cara. La Virgen de
la Soledad también iba con manto negro. El ritmo lento propio de la procesión,
la gran participación de las cofrades, la música, el arte de las figuras,
contribuían con enorme fuerza al acto de representación del éxtasis colectivo,
mitad fiesta, mitad devoción, se movía el espíritu, gracias a todos esos
elementos. Me hicieron pensar, claro. Las artes, música y escultura, consiguen
provocar esa exaltación. Las figuras, curiosamente, cuanto más humanas, más
alientan la
devoción. Una Virgen sin cara de humanamente afligida, un Cristo
que no sea verdaderamente hombre, en sus rasgos de sufrimiento, de melancolía,
de cuerpo muerto, no provoca las mismas reacciones.
Al
final de la procesión, lucía una Luna llena fulgurante. Visto desde ella qué
simple se ve la complejidad de nuestros ritos. En fin, me alegré mucho de que
todo aquello fuera obra humana, imaginación humana, sensibilidad humana,
diversidad humana. El Dios de los creyentes, como es lógico, sigue y seguirá,
sordo, ciego y mudo.
Pongo
fotos (de lo humano, no de lo divino).
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