Vivimos tiempos para mucha reflexión,
tal vez más de la que podemos abarcar y, la verdad, tampoco es que uno sea muy
listo. Entre la crisis y la autodeterminación de Cataluña no hay día que uno no
se sienta absolutamente perdido o impotente. Adelanto que soy pesimista en los
dos asuntos que apunto, pero reflexionar, lo intento.
Respecto a la crisis es posible que
estemos ante un ensayo o tanteo de organizar un nuevo orden capitalista por las
enormes tensiones que viene generando y cuyas consecuencias sociales empiezan a
ser más graves, según creo, que las de la última gran crisis capitalista del
29.
No sé si me paso de sospecha
conspirativa, pero hay signos evidentes de un enorme deterioro de “esta
economía” que tiene su origen en el poder financiero y que sigue controlando lo
mismo que ha estropeado. Recuerdo, casi como anécdota, que el capital con
nombre y apellidos, pongamos de las 560 grandes fortunas en el mundo, 75 de
ellas están relacionadas con la producción empresarial de algo, mientras que
las 485 restantes son gracias a la actividad financiera. Esto es coherente
con la visión neoliberal que se tiene de las empresas como marco de
contratación de las personas, como cacharros
productores y la visión de los países como marcos jurídicos y de relación
contractual. La “función social” de la empresa es una tontería a sus ojos, por
lo tanto de las deslocalizaciones y los cierres empresariales pasan completamente,
así como de sus consecuencias y pasan de los valores como integración colectiva,
identidad, soberanía, etc. Las empresas, sus trabajadores y los países en
general valen lo que los mercados financieros dicen que valen.
Intuyo que el Gran Capital ha debido
romper sus propias reglas básicas aplicables de manera local o nacional hasta
hace poco, pero no aplicables a nivel de la globalización. Las
reglas de juego se incumplen posiblemente para generar nuevos escenarios que no
son precisamente para recuperar el viejo capitalismo, no sirven para volver a
las mismas vías de ése tren, sirven fundamentalmente para controlar el nuevo
reparto de poder en el mundo, a raíz de las economías emergentes con
porcentajes de crecimiento 5 veces superiores a Occidente y además no podemos
ignorar las nuevas y objetivas condiciones que se darán en el mundo en tan sólo
los proximos 20 años: crecimiento de las poblaciones, recursos naturales
limitados, energías, revolucion tecnológica, etc. Este capital, representado
por las grandes corporaciones multinacionales determina el destino de demasiada
gente y de demasiados países. Se van a quitar de encima las pesadas alforjas de
las “sociedades del bienestar” y se va a la competitividad pura y dura ( sin
importar que se generen niveles de paro estructurales del 25%) aunque para ello
apunten a peligrosos procesos de totalitarización por arrinconamiento de las
democracias nacionales, impotentes al ataque de esos mercados. La legalidad
democrática se respeta, por ahora, si ésta respeta las reglas de juego, es
decir, si paga. Consecuencia palpable es que hoy, y seguro que mañana, el mundo
del trabajo quedará profundísimamente afectado. La hasta ahora lucha de clases
desaparecerá incluso de nuestro lenguaje. Los trabajadores se moverán en un
mercado contínuo, itinerante, controlado por las empresas privadas. La
conciencia de clase será un anacronismo.
Nos han perdido el miedo, han perdido
el miedo a las “revoluciones” y están convencidos que el vacío del discurso de
la izquierda les da crédito para rato.
A “esta economía” se le está dando
estatus de naturaleza, es decir, que la versión de “esta economía” es “la
economía” y que está conceptualmente en
contraposición. Sólo se sostiene ( gracias al enorme potencial que tiene y los
medios que controla), en el discurso ideológico de los recortes manejado muy
activamente en Europa ( FMI, BCE, CE) y
del que es cliente incondicional nuestro gobierno entre otros.
Están devaluando enormemente la
eficacia de las democracias por culpa del chantaje financiero, creando con ello
un sentimiento antipolítico peligroso. En esto no deberíamos confundirnos: que
haya políticos incompetentes no significa, ni debemos reivindicar, que no haya
políticos, al contrario, ése es un espacio, lo político, que debe estar
perfectamente activo. Correspondería a nuestra parte de responsabilidad la de
intervenir políticamente en esa contraposición con la convicción de que es
posible por supuesto otro tipo de economía. Toda manifestación, toda presión
democrática en ése sentido juega favorablemente a favor de los intereses
generales y no a los intereses de unos pocos, aunque grandes, que controlan el
mercado,la deuda, los bonos y todos esos artilugios casi metafísicos que son
verdadero grillete y verdadero chantaje que les permite controlar el poder.
Esta crisis será interminable y las
consecuencias, hoy amargas, serán todavía peores. Sólo tengo la esperanza de
que “lo humano” no sea estricto cálculo y en algún momento sea capaz de cambiar
las cosas. El sacrificio, en cualquiera de los casos me parece que será enorme.
El segundo punto que apuntaba pesimista es el de la independencia de
Catalunya. Sigo sin entender qué ha pasado para que lo que no hace 5 años era
testimonial, se convierta en el eje fundamental, exclusivo, de nuestra
política. Antes del 11S, si me preguntan sobre la independencia, habría dicho
que la composición social de este país, de Catalunya, no daba para afrontar esa
vía histórica. Después del 11S sigo pensando que la composición social es la
misma pero que ha cambiado el escenario y nos portamos como si fuéramos otros
personajes. ¡Claro que es importantísima la manifestación del 11S! y que es
inapelable, pero en este recorrido que nos espera, los que ocupábamos la calle
por el tremebundo ataque que sufríamos con los recortes del actual gobierno
catalán, acudiremos a unas elecciones plebiscitarias que no pondrán en tela de
juicio ese ataque y se le regalarán votos para aplicar la misma medicina.
Habremos decidido con el corazón lo que nos viene negado por la razón y lo que
he apuntado más arriba sobre soberanía me hace muy escéptico. Sea pues, de
todas formas, lo que este pueblo quiera que sea su futuro, pero yo, “a priori”, creo que me voy a quedar sin alternativa. No
me quedaré atrás en la defensa de la lengua, la cultura, los derechos
nacionales que configuran la identidad. Cuando ha habido que hacerlo lo he
hecho. Cuando haya que hacerlo, lo haré, con mi granito de arena, pero no será
envolviéndome en una bandera estelada. He militado alguna vez en una
organización confederada y me gustaba el concepto, hasta tal punto que no lo he
abandonado. Además las banderas tapan demasiados agujeros de injusticia y de
intolerancia y siempre me han dado mal agüero.
Bien pensado y mejor escrito
ResponderEliminarsalu2