El diálogo ha sido con frecuencia
una manera de expresarse filosóficamente, también científicamente, como bien se
recordará con los diálogos platónicos, los de San Agustín, los de Galileo y, cómo
no, el dialogante por excelencia, Sócrates, que conocemos a través de Platón.
El diálogo no es en los autores
citados una forma literaria entre otras. El diálogo responde fundamentalmente,
en esencia, a una manera de pensar no dogmática, una manera de pensar que
implica un proceder, que en Platón se eleva a la categoría de Arte para
descubrirnos la verdad, conocerla, contemplarla, y que difiere enormemente de
lo que él llamaba controversias sofísticas, algo así como las discusiones y
disputas de bar, que no nos sirve como herramienta ni proceso para alcanzar el
conocimiento. El diálogo socrático era un método preciso que exigía mucho rigor
en el manejo de los conceptos.
Pues bien, tras la entradilla
filosófica, me pregunto qué alcance conceptual tiene la afirmación del
presidente del gobierno cuando afirma que está dispuesto al “diálogo” con los
agentes sociales y políticos (institucionalizados, por supuesto, pues los otros,
que no reciben el favor del Estado, ni cuentan por muchos millones de firmas
que presenten). Estar dispuesto al diálogo parece, según el sentido que le
hemos dado al concepto, estar dispuesto a no ser dogmático, porque si dependes
de una creencia, de un dogma ya sea político, religioso o económico (¿dogma
neoliberal?) no podemos abrir ni método, ni camino, ni proceso, ni intercambio,
ni dios que lo fundó. Además debes estar dispuesto a asumir que ante un “yo”
hay un “otro”, en consecuencia, hay por lo menos “dos razones” que se
contraponen entre sí. De partida, para dialogar, se entiende necesariamente que
ha de haber acuerdo en que no hay acuerdo ¿no?. Estas reglas de juego son las
que intuitivamente deberían llevarnos a “ni la razón de uno, ni la razón del
otro, sino una verdad que reconocen, que contemplan, ambos”, que definiría el
resultado de lo que estamos entendiendo como uno de los sentidos de la dialéctica. Así
incluso parece democrático.
El presidente del gobierno, dada
su demostrada mala condición al diálogo verdadero (cuidado que lo hay falso,
tal vez por culpa de las mayorías absolutas) parece entender que la dialéctica
que hemos mostrado como camino necesario para avanzar, no es fruto de una
interlocución, sino que la dialéctica ya se da en su propio discurso (en esto
no es original históricamente), es decir: él se pregunta y él se contesta, como
en esas “ruedas de prensa” que se monta.
Mi poco nivel filosófico puede
que no vea el gran valor de la dialéctica “para sí” que aplica el presidente de
gobierno. Debería cuidarse o puede morir de aburrimiento siempre con el mismo
sonsonete.
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