Fotocomedor

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martes, 28 de enero de 2014

Fotos

Llevo algunos días ensimismado clasificando fotos y casi siempre lo hago con un sentimiento de recogimiento sobre mí mismo. No dejo libre la nostalgia, la saudade que dicen los portugueses en su diccionario que es “un finísimo sentimiento del bien ausente, con deseo de poseerlo”. Es una tristeza por tanto que viene provocada por el recuerdo y en la que sientes que salvando el tiempo, la distancia temporal, podría aliviarse esa tristeza y hacerte feliz. Es un terrible engaño. Es un imposible y además no es necesario.
Las fotos vistas, portadoras de emociones tanto por el momento como por el contexto en que se dieron forman parte de nosotros mismos. Forman parte, directa o indirectamente de la construcción del “yo” que uno es capaz de reconocer a la vez que forman parte de una idealización de aquello que se contempla. Eso está bien, nos da cierto equilibrio. Es posible que seamos lo que somos gracias a nuestros recuerdos. Para nada implica esto un desconsuelo por cualquier tiempo pasado. Superado el dolor por lo que hemos querido, viene a ser sustituido por lo nuevo: por las risas de los niños, por las mil formas en las que salen en las fotografías. El repaso de las imágenes desemboca en una especie de suspiro, que no es resignación, sino comprensión y aceptación de cómo evolucionan las cosas.

Me gusta pues perderme en el barullo de fotografías de mi familia y amigos, me gusta respetar los originales pero también  me gusta experimentar con la recuperación de la fotografía a modo de reconstrucción y de interpretación. Ni qué decir tiene la labor de identificación. Por algún motivo, las cajas y álbumes de mi familia se han ido mezclando con el tiempo así que es imposible a veces tener certeza de los orígenes.Es un verdadero recreo y reto a recuperar ejemplares como estos:









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