Fotocomedor

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miércoles, 2 de mayo de 2012

Cacahuetes!


Me senté en un asiento exterior de los cuatro que forman el compartimento del metro. En frente, a mi izquierda un joven bien parecido, con mirada algo perdida, que  hablaba sólo y, en principio, lo atribuí a las conversaciones de los móviles con pinganillo, pero no, era un móvil de formato grande. Un poco por encima, entrecortadamente, identifiqué las balbuceos que salían del aparato. Mirando al joven disimuladamente, veo que está siguiendo con sus labios, por lo bajini, aquello que oye y seguramente ve, en la pantalla. Pero cada vez iba levantando más la voz hasta el punto que su discurso se adelantaba a la representación que parecía estar viendo, es decir, se lo sabía de memoria. Era claramente, a estas alturas de afinar el oído, una escena melodramática, así que el joven, cada vez más metido en su papel, cada vez más encendido por la réplica del otro personaje en la representación, cada vez más cabreado, maldecía, insultaba, se desencajaba medio revolviéndose en su asiento. Todo a su manera y en un tono que empezaba a atraer las miradas del vagón. Pero todos esos gritos, toda su interpretación que empezaba a salirse de madre, no consiguieron perturbar ni un ápice al pasajero que iba a su lado. Hacía que dormía y no movió un solo músculo, se quedó como una momia en todo ese tiempo en el que uno empezaba a sentir vergüenza ajena. No se movió ni para respirar, no giró la cabeza, no apartó las piernas, no necesitó hacer miradas esquivas, nada. Nada de nada.

Frente al extravagante e improvisado actor ( que a estas alturas yo ya pensaba que estaba en ataque esquizofrénico), y junto a mi, estaba sentada una señora con la bolsa de la compra en el suelo, entre las piernas. Los dos estábamos claramente tensos, sin saber si irnos o quedarnos, pero en una salida inesperada, la señora  echa mano de la bolsa de la compra y saca una  de cacahuetes salados y le suelta al actor, que ya estaba en pleno éxtasis y en el umbral del escándalo público:

-¿Qui….quieres unos pocos?”.

Le soltó reverencialmente un :

- “ ¡Nooooooo!... ¡ No, no, no! . Gracias, mil gracias. Pero no”. Se calló dejando una mirada perturbada, encendida.

Al poco de haber devuelto los cacahuetes a la bolsa, la señora se levantó, supongo que debía bajarse, y al rozar mis piernas y abalanzarse ligeramente sobre mí, me dice en un ligero siseo: “Algo tenía que hacer ¿no?”. Hice un gesto de asentimiento sin mediar palabra mientras pensaba: “Sí bueno, pero unos cacahuetes….”. Pa vernos matao.

Os juro que es verdad.

2 comentarios:

  1. Y si le ofrece un pata negra regado con un caldo de la ribera del duero y el interfecto reverencialmente le contesta con un ¡SIIIIIII!...

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  2. Sería por lo de que el hombre desciende del mono!

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