Abelo!...no!!.
Y es que, copiando cita de Muñoz
Molina, coincido con Robert Graves en que el primer verso de un poema lo dictan
los dioses. En este caso no es un dios, es poco más o menos, es un nieto, mi
nieto, y lo que dicta tiene el efecto de un resorte cuando lo que dice es:
Abelo!...no!! para que entonces el poema que empieza sea yo mismo.
Él no sabe que me arrastra el
alma como nadie; me deshace si llora; me revive si ríe; me destroza el cuerpo
con sus juegos y lo soporto como si nada pasara. El no lo sabe.
Abelo!...no!!. Y es que acabo de
pasarme de sobos, de abrazos y chupeteos con la declarada intención de que me
suelte: Abelo!...no!!. Entonces pongo cara triste y compungida, como cuando me
da un mamporro y, sin dudarlo, casi mecánicamente, abre los brazos y elige el
punto inexistente de mi dolor para decirme: ¡ya tá, belo, ya tá!. El falso
perdón de ningún pecado nos reconcilia y seguimos como si nada, a lo nuestro,
despanzurrando coches de cartón o imaginarios, haciendo pasteles en horno de
colorines, con su programa y su riiiing!, haciendo de la fantasía la mejor arma
contra la realidad, si quiera por un rato, para que esta quede inmóvil o
incluso nos tenga envidia porque en ése mundito efímero, no hay fallos, todo
es, afortunadamente, perfecto.
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