El gran humanista del
Renacimiento italiano, Giovanni Pico della Mirandola, hizo un discurso
interesante como fase previa o presentación a una gran obra que contenía 900
tesis sobre el saber humano. Este discurso es el que se conoce como Discurso
sobre la Dignidad del Hombre (Oratio De hominis dignitate), y en él coloca al
hombre en el centro del mundo pero haciendo hablar a Dios.
Dice en este cortecito que
me ha parecido oportuno:
“-Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni
un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el
lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo
con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros
seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en
cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el
arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo
para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni
celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y
soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que
prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias,
podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son
divinas.”
Pues bien, en eso estamos, tenemos
la libertad para regenerarnos, pero no, degeneramos en lo de las bestias, con
la corrupción y pringando esta estrechita democracia. Me bastaría con
regenerarme en realidades superiores, no hace falta que sean divinas.
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