Me hace pensar esta capacidad que
tenemos para escuchar música en cualquier momento del día gracias a los
múltiples medios con los que contamos para hacerlo. Nos acompaña al despertar,
nos puede acompañar durante una buena comida, puede dar luz a una mañana gris y
sombras a una tarde que languidece. Puede llenar de emoción un instante o puede
acompañarnos insistentemente una melodía que nos dura todo el día. Del gozo al
llanto puede haber un cambio de notas, un cambio de timbre, una armonía. Nos
cruza de parte a parte y desconocemos ese secreto que hace vibrar nuestro
sentir. Es un lujo a nuestro alcance desde hace relativamente poco tiempo y trato
de imaginar épocas anteriores al siglo XX ¿cuántos podían y tenían la
oportunidad de escuchar música bien ejecutada? Los momentos, si se daban,
debían tener un carácter muy especial, recibido seguramente con veneración.
Nosotros podemos apretar un botón y nos trasladamos, nos transformamos y si no
nos gusta cambiamos cuando y como queremos. Poder contar con esa posibilidad
para nuestra sensibilidad, no tiene precio. Hasta el punto que no imagino la
vida sin música, la que nos guste claro, pero música.
Dejo este enlace de la música que me acompaña
y me recoge ahora mismo, sin ir más lejos, con otro de mis animales de compañía: un libro.
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