Fotocomedor

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Babette


El sábado pasado fuimos al cine a propuesta de D. : El festín de Babette. “Vamos, me parece que tuvo un oscar”. Pues sí, tuvo un Oscar a la mejor película de habla no inglesa hace 25 años y por lo tanto era una versión digitalizada con motivo del 25 aniversario. Dirigía Gabriel Acel esta historia basada en un libro de Karen Blixen (seudónimo Isak Dinesen) que sencillamente nos pareció genial. ¿por qué? Por la cantidad de lecturas que tenía la película, por la capacidad de mover la inteligencia, por la capacidad de mover los sentidos, porque además, por ritmo, estética, música,  resultaba bella.
 
Todo pasa en un rincón de Noruega, un fiordo perdido en el que había un pequeño pueblecito, una comunidad puritana, cerrada a cal y canto al exterior gracias al sectarismo de un pastor luterano que tenía dos hijas a las que llamó Martina y Philippa  (por Martin Lutero y su amigo Philippe Melanchton), o sea que de entrada ya están marcadas en su propio nacimiento, ya se intuye su alienación que se mostrará absolutamente radical ya que sus vidas no serán modificadas por los aconteceres mundanos y serán guiadas por el camino estricto de la fe y la mirada vigilante, tanto en vida como en muerte, de su padre.

Dos pretendientes aparecieron en la vida de las hermanas que por diferentes motivos y en diferente tiempo, habían quedado obnubilados por su belleza, pero ninguno consiguió arrancar del camino de “salvación” a las hermanas.

Al cabo de 16 años aparece un tercer  personaje: Babette. Huyendo de la represión en Francia se presenta, con una carta firmada por uno de los pretendientes, en este rincón del mundo para que por caridad cristiana, la acojan. Estas aceptan, un poco extrañadas por la advertencia en la misiva de que Babett sabía cocinar. Comer, había que comer, pero no podían hacer de la necesidad una delicia, así Babette hacía virguerías para los pobres y para ellas mismas con lo único que tenían: bacalao seco y pan negro a la cerveza, nada más, por lo tanto, el mundo interior seguía indemne a la influencia exterior. La vida, por vía de la buena mesa, se presentaba como un materialismo que negaba el verdadero Bien, el más allá y despreciaba el más aquí, y en esto, las hermanas eran valedoras de esas enseñanzas marcadas por el fanatismo. Igualdad de rechazo de los placeres: sus pretendientes, imagen posible, real, del placer, y el hedonismo de la buena mesa, apartaban del camino de la felicidad celestial a las hermanas.
 
 En  un golpe de suerte para Babette (le toca la lotería) ésta organiza en el centenario del pastor puritano una cena para toda la congregación puritana, un festín. Pero las hermanas en su celo por preservarse de malas influencias, hacen prometer a los comensales que no harán ningún comentario de la cena. Entre éstos comensales estaba el militar francés, ya conde, que en su juventud pretendió a Martina y que vino acompañado por su tía por ser una antigua seguidora del pastor homenajeado.

Los comensales cumplían lo acordado, nadie decía nada de aquellos manjares, pero fue el militar francés y antiguo pretendiente de Martina, el que recordó una cena parecida en el mejor restaurante de París mientras le acompañaba otro general que le informó de que el chef era una mujer y que por ella sería capaz de dar la vida. Curiosamente, este general fue el represor de la Comuna de París que hizo que Babette se exiliara. Tras un brindis elocuente e inspirado en las palabras del pastor homenajeado, el conde dijo: “Amigos mios, la misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y el júbilo se han dado la mano”. Estas palabras rompieron el pacto de silencio de los comensales que hacía rato que estaban saboreando con deleite la cena  y reencontraron el placer de estar juntos y disfrutar tan maravilloso ágape

Aquí murió la metafísica. Aquí el placer mundano hizo explotar los sentidos de los comensales y experimentaron un despertar en el que alma y cuerpo adquirían una relación ideal. Babette había arrancado la alimentación de las garras de la necesidad, en palabras de A. Finkielkraut.  La Naturaleza exige alimentarse pero la civilización no. Los platos se convirtieron en arte y eso hizo que la cena fuera inolvidable. “El postre, decía Alberto Savinio, nos hace olvidar lo que tenía de indispensable y, por lo tanto, de sombrío y de mortal la operación de comer: nos reconcilia con la vida en lo que ésta tiene de divino y nos devuelve la risa”. Babette se había gastado todo lo que le había tocado en la lotería para esa cena pero ella misma dice que nunca será pobre porque ella es “una artista”, que además ha conseguido trascender fronteras y culturas, verdadera expresión del arte y su universalidad.



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