Fui en sesión matinal a ver la película Hanna
Arendt, de Margarethe Von Trotta, que ya
firmó una película sobre Rosa Luxemburgo que no he visto. Arendt es una
controvertida pero genial filósofa a la que he leído un poco y a la que tengo
que agradecer algunas ideas claras sobre los totalitarismos. Amante de la
verdadera política, único espacio de la comunicación colectiva, Arendt sigue
siendo tratada por izquierdas y derechas siempre de manera sesgada y confusa.
Como dice Manuel Cruz, un profesor de los que tuve en Filosofía, Arendt, “a
pesar de ser conocida no acaba de estar del todo identificada” y seguramente
será por eso que, como decía el Antonio Muñoz Molina de mi última entrada, era
una “aguafiestas”, quiero decir con esto que fue capaz de ponerse a
contracorriente siendo fiel a sí misma. En cualquier caso, para mí, es digna
representante de un pensamiento abierto, sin dejarse intoxicar por
nacionalidades, religiones, ideologías, etc.
Arendt asiste al juicio del criminal nazi Eichmann,
secuestrado por el servicio de inteligencia israelí y llevado a Israel. La revista New Yorker
la envió para cubrir ese juicio y
escribir por entregas todo su desarrollo. Posteriormente acabaría en
formato libro: Eichmann en Jerusalén.
La película me ha gustado, no sé si por mi predisposición al
personaje, pero admito que la trascendencia del dilema moral que se toca no
hace fácil entusiasmarse con una buena realización, una buena dirección y una
buena interpretación. Sólo he visto un poco forzada la actuación tan amorosa y
comprensiva del marido, tal vez para contrarrestar la imagen de arrogancia y
distanciamiento afectivo que debía tener la filósofa. A retazos
oportunos, el guión nos va recordando la relación que tuvo con el filonazi y
archiconocido filósofo Martin Heidegger. Buena parte de la película recoge
testimonio directo de las preguntas y respuestas en el juicio.
Su análisis del personaje juzgado levantó
pólvora en muchos frentes: en los judíos, en la prensa, en el ambiente académico.
Su afirmación no presentaba dudas: Eichman era un funcionario imbécil,
superficial, sin sesera, que obedecía estrictamente órdenes aunque estas fueran
mandar a miles y miles de judíos a los campos de exterminio y ,por si fuera
poco, Arendt achacaba, por el peso de los hechos, responsabilidad a jefes
judíos que colaboraron con los nazis.
Hanna Arendt |
Desde el punto de vista teórico lo que expone y defiende en
la película, con algunas partes de su discurso literales, es el concepto de
“banalidad del mal”, banal porque las dimensiones del mal provocado no tenía
descripción ni medida previa conocida, de tal manera que al buscar raíces de
ése mal, siquiera desde el sentido común, no las encontraba, no había nada, un
mal tan salido de campo que se salía del pensamiento, que lo desafiaba. Lo
único que había de la personalidad de Eichmann era nada, ningún pensamiento,
sólo banalidad ante los crímenes horrendos. O sea que según Arendt existe un
mal que puede ser realizado por cualquiera (es terrorífica esta idea) por falta
de pensamiento. Esta característica creo que la recoge muy bien en su análisis
sobre los totalitarismos en los que el sistema anula completamente al
individuo, como es el caso. Decía en mi entrada anterior que la Literatura nos
descubría la verdad y los matices de lo particular mientras que esos sitemas
trataban siempre de anularlo.
Arendt tuvo verdaderos problemas para que la entendieran y
para explicar lo que parecía inexplicable, a saber, que un mal tan radical como
el que se juzgaba por la muerte de millones de judíos, fuera calificado como
“banal”. Gran parte de su vida tuvo que insistir en sus explicaciones.
En definitiva, buen
cine de reflexión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.