Tras la devolución del obligado
libro de mi club de lectura, en el mostrador de la biblioteca retornaban “Todo
fluye”, de Vasili Grossman, con una traducción de Marta Rebón. Lo pillé al
vuelo. Lo he leído volando.
Después de 30 años de reclusión,
Iván Grigorievicht vuelve a Moscú cuando Stalin ya había muerto. "Stalin se
murió sin que estuviera planificado, sin la indicación correspondiente de los
órganos dirigentes del Partido. Murió sin la orden personal del propio camarada
Stalin…. en aquella libertad, en aquella autonomía de la muerte, había algo
explosivo que contradecía la esencia misma del Estado. Una confusión total se
apoderó de todas las mentes y todos los corazones". Y así ocurre en los
totalitarismos cuyos orígenes, entrañas, mecánica y finalidad fueron descritas tan acertadamente
por Hannah Arendt.
Nuestro personaje, Iván, tras su
salida de la cárcel, del retorno de su deportación, sólo por el hecho de ser
crítico (no un menchevique, no un social-revolucionario, no un zarista) le acarreó
la denuncia de alguno de sus conocidos. Y vuelve a los lugares y personajes que
estaban presentes en su vida. Recorre como observador la traición política, la
personal, la amorosa y paradójicamente, no condena e incluso justifica a
aquellos que tras su presencia y, cómo no, su mirada, parecen quedar
descubiertos por su vileza, por su delación, pero Iván no los juzga y en un
ejercicio de progresión de la inmoralidad , Grossman describe la tipología de
los judas que han ayudado a condenar a Ivan. Los repasa uno a uno, reflexiona
sobre sus perfiles, calmadamente, desmenuzando sus esencias despreciables,
haciendo notar cómo el placer, o el poder, o la superficialidad, o el afán de
bienes, borra las conciencias y el lector, o sea yo , condeno a cada uno de esos
judas pero Iván Gregoriovicht no lo hace, siempre encuentra una justificación
en cada uno de ellos por alguna falta de libertad. Ivan no condena por lo
terrible que es para él condenar incluso a los hombres terribles. Es la
naturaleza misma del hombre la que lleva lo bueno y lo malo ¿juzgamos a la
naturaleza? ¿nos avergonzamos de la naturaleza humana?. No creo que Grossman
sea un ingenuo, más bien parece hacernos ver que en medio de una terrible
tiranía las cosas no son fáciles, la
libertad no se ejerce fácilmente, es frágil.
La pasión revolucionaria de
aquellos años, con el deseo de erradicar el mal de la Humanidad, fue la que hizo
nacer un Estado que la mató del todo. Pero entonces, tal como apuntaba
Finkielkraut, si el Bien no está en la Naturaleza ni en la Historia, ¿qué
podemos hacer para no caer en el nihilismo, en el desasosiego político?
Podríamos responder que salvando las pequeñas cosas diarias, particulares, y
constantes del bien, de la solidaridad, de la defensa de la libertad, de no
dejar morir la esperanza como le ocurre a Macha, el personaje de una mujer que
llora al oír nostálgicamente una melodía que le revela en ésos segundos que no
hay esperanza en un campo de concentración.
"La historia de la humanidad es
la historia de su libertad. El crecimiento de la potencia del hombre se expresa
sobre todo en el crecimiento de la libertad. La libertad no es necesidad
convertida en conciencia, como pensaba Engels. La libertad es diametralmente
opuesta a la necesidad, la libertad es la necesidad superada. El progreso es en
esencia, progreso de la libertad humana. Ya que la vida misma es libertad, la evolución
de la vida es la evolución de la libertad". Se nota en el libro un empeño por
salvar lo singular, por salvar al hombre, no por salvar a la Humanidad.
Y ahí me he quedado, con un
enorme trabajo reflexivo.
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