En
el siglo XVI, con la invención de la imprenta, la cantidad de información
disponible en Europa en cincuenta años se había doblado. Hoy, con las nuevas
tecnologías, cada tres años se multiplica por dos. Cada uno de nosotros tendría
acceso a 320 veces más información de lo que tenía la famosa biblioteca de
Alejandría. Y es que todo va demasiado rápido. No sólo el tratamiento de los
conocimientos sino su constante renovación en casi todas las ramas de la
ciencia. Cada vez más energía en los aceleradores de partículas, ésos que han
capturado el bosón de Higgs tras 40 años esperándolo, cada vez más precisión en
los instrumentos de observación del cielo que nos acercan a un montón de
planetas en nuevos sistemas solares. Tanto la materia de lo enormemente grande como
la de lo enormemente pequeño nos acerca a nuevos conceptos de la física configurando
posiblemente una física nueva que podría significar el mismo salto que significó la física galileana respecto a la aristotélica, un nuevo paradigma o un gran paso en la pretendida
unidad de fuerzas de la naturaleza. Las técnicas para descifrar el ADN
revolucionan el concepto de la vida, las terapias celulares, los tratamientos
genéticos, la estructura de las proteínas, están cada día moviendo ficha en el
campo de la medicina…
A
velocidad de vértigo las informaciones nuevas se amontonan sobre los estantes
virtuales de nuestra biblioteca global. Somos un bicho extraño que es arrastrado
por una constante curiosidad sobre el mundo que nos rodea y nos lleva mucho más
allá de lo que demandan nuestras necesidades. Se impone parar a pensar un
poco e intentar una mirada con mayor perspectiva pues estamos seguros que las
certezas de hoy serán elemento de crítica mañana. Mientras, a este paso habrá
que agrandar mucho los estantes de nuestra biblioteca virtual.
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