¿Nos damos cuenta que el rollo
éste de lo privado ha secuestrado al mundo entero?. No me refiero al mundo que
podemos visitar como turistas, me refiero a ese mundo entendido como aquello
que transformamos colectivamente. Esta idea de lo colectivo da para mucho y en política da para más.
Una compañera de facultad, Marina
Garcés, se acerca en un artículo de la revista Archipiélago (nº 73/74) a una
idea de lo colectivo expresada en una visión del “nosotros”diferente.
La privatización de
nuestra existencia es la forma que ataca directamente a nuestra capacidad de
transformar el mundo que nos rodea, ataca a nuestra capacidad de autonomía.
Antes, esa capacidad, había tomado otras formas: principalmente, la comunidad
tradicional, que recogía su esencia en vínculos de parentesco, o vínculos religiosos,
o vínculos territoriales. En la sociedad jurídica moderna viene a manifestarse
esa capacidad en la vinculación abstracta que tiene como eje el contrato social
original. En los dos casos la razón de ser en común, queda transferida a una
instancia externa que es la fuente de dominio y a la vez de sumisión, por
tanto, esa neutralización de la autonomía, que hemos definido como la capacidad
compartida de transformar mundo, se concreta en dos formas de privatización de
la existencia gracias a la independencia del yo (individualismo) y gracias a la
defensa de “mi grupo” (particularismo).
En éstas condiciones pensar en un
“nosotros” se convierte en un pronombre peligroso puesto que sólo puede
significar o bien la suma de “yoes” o bien un “nosotros” que se define contra “ellos”.
De la primera suma de yoes no
podemos esperar más que una neurosis colectiva, algo parecido a lo que estamos
viviendo, una sociedad en la que el espacio que aquí se reivindica, el espacio
de lo común, está abocado al fracaso y para eso no hay más que ver la
idolatrización del éxito, la capacidad de consumo, el concepto de bienestar
pasado por “la república independiente de mi casa”, el ocio planificado, la
enorme hipercomunicatividad tecnológica, etc. que son sus aspectos más
cotidianos.
De la segunda podemos esperar la
proliferación de identidades cada vez más fuertes, más cerradas y enfrentadas,
polarizadas en torno a valores culturales, a valores religiosos, a valores
nacionales resucitados, a valores morales, a aficiones deportivas….
Si en el primer caso tenemos un “nosotros”
impotente, en el segundo tenemos un “nosotros” trinchera, reducido a defender
al de dentro y rechazar al de fuera. Sirva esto tanto para la pequeña política
como para la macropolítica.
Así pues, en los dos casos
contemplados se pierde un “nosotros” sin el carácter inquietante del “nosotros”
que debería ser el que diera sentido a las transformaciones sociales. Para la acción la
pregunta no es ¿qué nos une? sino la pregunta es ¿qué nos separa? Esa lucha
contra lo que nos separa es una de las ideas básicas de la lucha por la
emancipación. Se trata de poner en común aquello que se manifieste contra la
política de disgregación de las luchas, la despolitización de “cada uno contra
su enemigo, con su problema particular". No. La apuesta es por lo común y colectivo, o sea, se trata de luchar contra esa dinámica privatizadora, aprovechando
la crisis, que nos quiere imponer este capitalismo salvaje, que ya no se ejerce
sólo sobre los bienes materiales sino también sobre la existencia misma.
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