Fotocomedor

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domingo, 10 de noviembre de 2013

Realismo

Alguien dijo que no había libertad sin resistencia. Sin esta, tal vez caeríamos en el desenfreno o una autocontemplación de nuestra verdad que es el camino para acabar en el fanatismo, esa forma de fracaso de la inteligencia. El equilibrio entre nuestra libertad y la resistencia del entorno nos hace maduros, nos hace razonables en el juego de la dialéctica para desarrollar una capacidad de mediación imprescindible y necesaria para armonizar la diversidad y diferencia de nuestros intereses. ¿Esto es realismo? Tal vez, pero no es el realismo que durante mucho tiempo he (hemos) tenido que soportar, por la izquierda y la derecha institucional. Tantas y tantas veces aguantando la acusación de falta de realismo que necesariamente entra uno en su definición.
En su versión intuitiva el realismo parece aludir a esa capacidad en política que se presenta capaz de mover en la práctica el estado de cosas y no se cuelga excesivamente en el discurso teórico, de aquí que mi (nuestra) voluntad de cambiar las cosas reales no puede ser otra cosa que hacerles frente contando con la oposición de aquellos que son sus guardianes: los guardianes de una sociedad injusta, los guardianes de una democracia oxidada, imperfecta, al menos más imperfecta de lo que nos podemos permitir si el foco lo tenemos en el ideal de mayor igualdad.
Si nos damos cuenta los más realistas son en este momento aquellos que han fracasado clamorosamente en la gestión de la crisis. Y es un fracaso si lo medimos con el rasero de la justicia que representa mayor igualdad, pero es un fracaso social también si desde los centros de poder se vuelven ciegos ante el hecho de una extraordinaria concentración de la riqueza en pocas manos, que no conoce el concepto de equidad, que no entra nunca ni siquiera en su discurso ya que ni siquiera es políticamente correcto hablar de ella en los foros internacionales que se encargan de dar directrices a los mercados, a los gobiernos.

¿Es posible que la izquierda esté demasiado colgada en el terreno exclusivo de los valores y caiga por ello en ser irreal?. Estamos obligados, tal vez, a ser más eficaces en la transformación de esa realidad con el convencimiento paralelo de que otro mundo es posible, que no estamos en el fin de la historia de Fukuyama. Demos paso pues a los irrealistas actuales que quieren cambiar los cosas y pidámosles, pidámonos, eficacia en el proyecto.


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