Alguien dijo que no había
libertad sin resistencia. Sin esta, tal vez caeríamos en el desenfreno o una autocontemplación
de nuestra verdad que es el camino para acabar en el fanatismo, esa forma de
fracaso de la inteligencia. El equilibrio entre nuestra libertad y la
resistencia del entorno nos hace maduros, nos hace razonables en el juego de la
dialéctica para desarrollar una capacidad de mediación imprescindible y
necesaria para armonizar la diversidad y diferencia de nuestros intereses.
¿Esto es realismo? Tal vez, pero no es el realismo que durante mucho tiempo he
(hemos) tenido que soportar, por la izquierda y la derecha institucional.
Tantas y tantas veces aguantando la acusación de falta de realismo que
necesariamente entra uno en su definición.
En su versión intuitiva el
realismo parece aludir a esa capacidad en política que se presenta capaz de
mover en la práctica el estado de cosas y no se cuelga excesivamente en el
discurso teórico, de aquí que mi (nuestra) voluntad de cambiar las cosas reales
no puede ser otra cosa que hacerles frente contando con la oposición de
aquellos que son sus guardianes: los guardianes de una sociedad injusta, los
guardianes de una democracia oxidada, imperfecta, al menos más imperfecta de lo
que nos podemos permitir si el foco lo tenemos en el ideal de mayor igualdad.
Si nos damos cuenta los más
realistas son en este momento aquellos que han fracasado clamorosamente en la
gestión de la crisis. Y es un fracaso si lo medimos con el rasero de la justicia
que representa mayor igualdad, pero es un fracaso social también si desde los
centros de poder se vuelven ciegos ante el hecho de una extraordinaria
concentración de la riqueza en pocas manos, que no conoce el concepto de
equidad, que no entra nunca ni siquiera en su discurso ya que ni siquiera es
políticamente correcto hablar de ella en los foros internacionales que se
encargan de dar directrices a los mercados, a los gobiernos.
¿Es posible que la izquierda esté
demasiado colgada en el terreno exclusivo de los valores y caiga por ello en
ser irreal?. Estamos obligados, tal vez, a ser más eficaces en la
transformación de esa realidad con el convencimiento paralelo de que otro mundo
es posible, que no estamos en el fin de la historia de Fukuyama. Demos paso
pues a los irrealistas actuales que quieren cambiar los cosas y pidámosles,
pidámonos, eficacia en el proyecto.
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