Desde el 20 de noviembre de 2011
nos están aplicando un duro castigo (no diré duro golpe, pero ganas tengo) los 186 diputados que están ejerciendo su
mayoría absoluta de una forma despótica. Se les dio un regalo, como si fueran
unos bombones de los que se han comido hasta la caja ante nuestra perplejidad,
quiero decir que su voracidad no ha tenido, ni tiene, límites. Están aplicando
su programa no escrito a buen ritmo, en lo económico, en lo político y en lo
social. Cada día nos devuelven el regalo de los votos en forma de vómito porque
es evidente que les ha sentado mal lo de la caja. Digo yo que esto no puede ser
bueno para la democracia, esa palabra tan limpia de concepto manchada de manera
tan escatológica. La retahíla de derechos, usurpados o no defendidos, empieza a
tener cierta forma de soga con cierto nudo corredizo para muchos cuellos de
este país. Todo esto se me está juntando en un solo sentimiento: asco.
Esos 186 diputados están
legislando leyes que abren heridas a las que el gobierno le añade sal cada vez
que se reúne. Y estamos a mitad del víacrucis.
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